"El papel de la figura 'Agente de Apoyo Entre Iguales en la mujer con sufrimiento psicosocial"

 

Quería compartir con vosotros mi intervención en las Jornadas de agentes de apoyo entre iguales en Tudela. Para seguir compartiendo el trabajo tan importante que hacemos como soporte entre iguales y que se sigan desbrozando los caminos para que esto sea una realidad en el Sistema de Salud Mental.

"En primer lugar, quería dar las gracias a todas las entidades que han hecho posible estas jornadas, gracias por poner encima de la mesa este debate y este camino, por seguir trazando esta ruta social y también política que es irrenunciable para muchos de nosotros.

Gracias por pensar en mí y contar con mi voz para esta clausura, espero poder aportar un pequeño granito de arena con mi recorrido, después de todas las experiencias y reflexiones que se han hecho a lo largo de la jornada

Una jornada que se enmarca en un programa que ya tiene un encuadre dentro de una ética y unos principios, pues no es un detalle sin importancia el hecho de que se deje muy claro que son Jornadas libres de Patrocinio de la industria farmacéutica.

Permitirme, antes de entrar en materia y en el título que me convoca, decir unas palabras acerca de esta cuestión que me parece tan importante.

Nuestra figura profesional de agentes de apoyo entre iguales si se nutre de un principio es el de la autenticidad, una autenticidad que es la base angular de todo nuestro trabajo.

Y en los últimos meses estamos asistiendo, un poco atónitas, aunque no del todo porque el recorrido histórico que nos precede ya nos pone sobre aviso, de ciertas apropiaciones de nuestro discurso respecto a nuestra figura profesional.

Las apropiaciones más graves que estamos viendo que se llevan a cabo son los programas formativos que nacen bajo el amparo de la industria farmacéutica, algo inquietante sin duda para nosotras pues sus intereses y los nuestros son absolutamente contrarios.

 La apuesta de la industria y sus intereses apuntan a la cronicidad, los nuestros a la recuperación y emancipación de las personas.

No puedo dejar de compartir con vosotros esta inquietud que tenemos muchas, puesto que, en este cruce de intereses, vemos una intención clara de desactivar nuestro discurso desde dentro, qué otro interés puede estar escondido en esas preocupantes alianzas.

Nuestro discurso tiene unas alforjas, nos alimentamos de un movimiento de lucha social, inspirados en el movimiento de supervivientes de la Psiquiatría iniciado ya en los años 70, movimiento que tiene sus bases irrenunciables en el respeto a los derechos humanos, pero también en la libertad que deberíamos tener las personas de decidir sobre nuestras vidas y sobre nuestros cuerpos.

Y en estas aspiraciones, que son absolutamente democráticas no tiene cabida la dominación del discurso de la industria.

Somos conocedoras de sus estrategias para llegar a las preocupantes cifras de sobremedicación, que sufre gran parte de nuestro colectivo, somos conocedoras de sus campañas de marketing para ampliar las categorías diagnosticas para las que están indicadas sus fármacos. También apoyando campañas anti-estigma en alianza con asociaciones de familias, con la condición de transmitir el mensaje contra el estigma siempre que la persona se encontrara medicada.

Todo un oximorón, puesto que uno de los mayores generadores de estigma se encuentra precisamente en los efectos de estos fármacos, en las dosis que se están empleando, en las personas, y que además ya ha pasado al imaginario social de nuestro colectivo, lamentablemente.

Nuestro trabajo no puede ni debe obviar un cuestionamiento al modelo de atención en salud mental centrado en la enfermedad y por tanto en los tratamientos farmacológicos como forma única de acompañar a las personas con sufrimiento psicosocial.

Así que no podía iniciar esta conferencia sin denunciar públicamente estas apropiaciones, sin denunciar que los patrocinios de la industria son una clara línea roja para nuestro sector profesional y sin poner encima de la mesa esta preocupación que nos recorre a muchas de nosotras.

Acompañar el sufrimiento desde nuestra mirada profesional tiene que ir de la mano de una mirada crítica sobre el Sistema en el que estamos sumergidas actualmente, porque aspiramos a otro en el que los cuidados, nunca entendidos desde la coerción, y un enfoque de derechos, compongan el principio motor para la recuperación de las personas.

Tampoco quiero obviar, que, desde los discursos más biologicistas, que son los grandes aliados de la industria, no deja de deslegitimarse nuestro conocimiento colectivo, en un ejercicio incansable de injusticia epistémica, que está al servicio de no cambiar el estado de las cosas y de boicotear este camino de incorporarnos legítimamente como profesionales en el campo de la salud mental.

Una vez hecha esta aclaración me voy a introducir ya de lleno en el título de mi conferencia, que tiene que ver con el trabajo con mujeres con sufrimiento psicosocial desde la mirada que atraviesa todo mi trabajo, la labor de agente de apoyo entre iguales.

Me parece imprescindible introducir la perspectiva de género también en esta forma de acompañamiento, puesto que el género no deja de ser un factor clave en el campo de la salud mental.

Somos las mujeres las que más fácilmente entramos en el Sistema de salud mental, y las que más diagnósticos y tratamientos farmacológicos sufrimos. La propia Organización Mundial de la Salud ha identificado el género como una variable crítica determinante de la salud mental de las personas.

Y esta cuestión, está asociada indisolublemente a factores socioeconómicos, como roles de cuidados, desigualdades económicas, mayores de tasas de desempleo y mayor índice de exclusión social.

Esto es algo que tampoco podemos obviar, porque todos estos condicionantes sociales atraviesan nuestras identidades y también nuestros destinos en la psiquiatrización, debido a que muchos de nuestros malestares fruto de las cargas que portamos, son leídos como enfermedad y no como fruto de las desigualdades que nos atraviesan.

La Psiquiatrización de las mujeres es un hecho histórico histórico, mujeres disidentes con los roles de género establecidos, mujeres que no aceptaban las imposiciones sociales de la época, entre otros muchos condicionantes, eran encerradas en los antiguos manicomios, precisamente por hacer un cuestionamiento al propio sistema social.

Pero hay otras cuestiones que nos atraviesan, a la mayoría de nosotras, y por las que nuestro trabajo como mujeres que somos agentes de apoyo entre iguales es clave en los procesos de recuperación de nuestras compañeras.

Las violencias por las que muchas hemos tenido que transitar en nuestros contextos. Violencias de abusos sexuales en la infancia o la lacra de la violencia de género, son experiencias que forman parte de nuestras historias de vida, de las marcas que llevamos y que sin duda hay que acompañar desde el conocimiento atravesado por la propia experiencia.

Acompaño a muchas mujeres con sufrimiento psicosocial, tanto de forma grupal, como de forma individual, tanto en recursos públicos como de forma privada, y la inmensa mayoría de estas mujeres han vivido estas violencias.

Haber yo misma transitado por estas experiencias y haber sobrevivido y atravesado la oscuridad en la que te sumergen, es la esperanza que muchas de ellas necesitan para continuar con su camino.

Me gustaría poder ir tejiendo en mi discurso cómo ejerzo mi labor desde esta mirada y desde este marco teórico en el que trabajamos. Hablando de cuáles son las necesidades que me transmiten y también los beneficios de esta forma de acompañamiento que han ido compartiendo conmigo todas estas mujeres.

Cómo profesional de agente de apoyo entre iguales sitúo mi trabajo desde el respeto a la identidad de las personas que acompaño, respetar la identidad de las personas significa, respetar identidades que a veces son sostenidas en etiquetas diagnósticas y que en muchas ocasiones son el único “salvavidas” que han encontrado, por ser la única explicación que les han transmitido a todo el dolor que portaban en sus vidas.

El vínculo que voy generando con las mujeres que acompaño parte de ahí, del respeto a su forma de estar en el mundo, del respeto a su forma de nombrarse y de habitarse.

Imponer mi mirada sobre el sufrimiento, no dejaría de ser otra forma de violencia más, sólo que esta vez ejercida desde otro lugar, pero violencia, al fin y al cabo, y es una línea roja para mí. Ya portamos suficientes experiencias de violencia como para contribuir más al daño.

Acompañar es ofrecer un camino de reparación, no agrandar ese daño.

Así que el primer vector fundamental en mi trabajo es el respeto a mis compañeras, respeto que a veces es la primera vez que encuentran en sus procesos de acompañamiento.

Mi labor no es atentar contra lo que está sosteniendo mínimamente a esa mujer, mi labor es acompañarla y en la medida en la que generamos un vínculo poder ir ofreciendo una mirada más amplia aportando otras perspectivas siempre desde el cuidado.

Pero aportar no es imponer, esto es algo que quiero dejar muy claro, ofrecerse para acompañar a alguien es también ofrecer la posibilidad a alguien de tomar lo que ella decida que es útil para su camino, y esa es una decisión que va a tomar la persona.

Hago esta aclaración porque muchas veces la crítica que se nos hace desde el desconocimiento y muchas otras veces desde las malas intenciones también, es que nosotras imponemos un modelo de activistas a las personas que acompañamos, donde las empujamos a dejar la medicación y otras barbaridades. Esto no es así para nada, la apuesta es la emancipación de la persona siempre, que la persona pueda decidir siempre desde la información y el respeto.

La vinculación desde esta perspectiva de trabajo es muy importante, y aquí también es fundamental que en algunas ocasiones seamos mujeres, pues muchas de ellas que han sufrido violencias por parte de hombres necesitan sentirse seguras, por el miedo que tienen hacia aquellos que las han dañado.

El proceso de vínculo desde este rol, en mi experiencia, es muy sencillo, se va tejiendo de forma natural desde todo lo que nos une, el código que va generando esa vinculación son las experiencias compartidas. Hay un marco de comprensión que se crea de forma automática y que permite una conexión desde la autenticidad que suelen nombrarla como algo en sí mismo sanador.

No es algo impostado, podemos reconocernos y aunque nuestras experiencias transitadas no sean exactamente las mismas, el camino recorrido en el sufrimiento psíquico nos acerca sin que haya que hacer nada extraordinario para ello, y eso facilita muchísimo el trabajo.

En todo el tiempo que llevo ejerciendo esta función, nunca he tenido ninguna experiencia negativa al respecto, hay personas con las que he podido conectar de forma más intensa pero siempre hay un reconocimiento y respeto mutuo que se da, insisto de forma natural, uno de los principios rectores del acompañamiento entre iguales. 

La primera reacción cuando me presento como persona que acompaña desde la experiencia propia es sorpresa, para la mayoría de mujeres con las que trabajo nuestra figura es algo desconocido, pero enseguida pasan de la sorpresa al alivio.

A veces después de un primer encuentro se acercan a decirme que nunca se habían sentido tan comprendidas, que cuando hablaban conmigo sentían una profunda conexión y una sensación que nunca antes habían experimentado de comprensión. Frases: “cuando hablo contigo sé que tú entiendes lo que te estoy diciendo, que no necesito darte muchas explicaciones como con otros profesionales, sé que lo entiendes porque lo has vivido y eso me tranquiliza”.

La necesidad de sentirnos comprendidas es una necesidad humana muy profunda, mucho más cuando portas las marcas de la violencia y el desamparo en tu historia.

Este vínculo reparador que nos permite conectar de una forma muy diferente y no jerárquica, es especialmente relevante en los casos de mujeres que han transitado por el sistema de salud mental y que en lugar de haber encontrado los apoyos necesarios, se han encontrado con más violencia.

Mujeres que pese haber vivido abusos en sus infancias han sido expuestas a situaciones muy complejas en lugares que deberían haber sido espacios de cuidados. Urgencias psiquiátricas donde se han tenido que desnudar delante de desconocidos, donde se han tenido que bajar la ropa interior por la sospecha de la institución de que escondieran algo prohibido, donde se les han registrado sus pertenencias regularmente, o se ha controlado y vigilado hasta las veces que iban al baño.

Mujeres, que, en lugar de ser acogidas desde la comprensión de sus experiencias vitales difíciles, han sido sometidas a vigilancia sin ningún trato cuidadoso del trauma y que debería plantear muchas preguntas a cada profesional que trabaja en salud mental.

Nosotras no solamente podemos ofrecer un acompañamiento a la vivencia traumática original, sino que también podemos ofrecer una reparación de ese segundo daño, que es una repetición de esa violencia, incluso a veces peor que el daño primigenio.

Me gustaría a la par que voy desarrollando mi discurso y mi forma de acompañar inspirado en el modelo de acompañamiento entre iguales, ir lanzándoos preguntas para que podamos responder de forma conjunta al final de mi conferencia.

En el acompañamiento, desde que me presento en el momento de iniciar el trabajo juntas suele surgir la primera conversación y las primeras preguntas, cuestiones respecto al diagnóstico o respecto a la “enfermedad” y ahí empiezo a plantear otra mirada.

Siempre me preguntan qué diagnostico en una suerte de búsqueda de un espejo para seguir con ese proceso de identificación, y yo las contesto con mi diagnóstico de la Psiquiatría.

Pero también les voy contando, que, respetando la forma que ellas tienen de nombrarse a sí mismas, a mí el término “enfermedad mental” o un diagnóstico no me representan, puesto que lo que a mi me ha pasado es que he transitado por experiencias muy traumáticas en mi vida, y ahí empiezo a introducir otra terminología y compartir muy escuetamente algo de esas experiencias.

Porque compartir las experiencias de sufrimiento tiene que dosificarse, siempre desde la necesidad de las personas, es decir, lo que en cada momento es útil para ellas y para el trabajo de acompañamiento que estamos llevando a cabo.

Tenemos que tener especial cuidado en hacerlo con un equilibrio entre lo que resulta necesario para la persona y también en cómo transmitimos esa información sin angustiarla.

Compartir lo que necesita cada mujer, y en el momento en que es necesario para su proceso, poniendo esa experiencia al servicio de la persona siempre.

Otra de las características del apoyo entre iguales es esta, la experiencia no se comparte de cualquier manera, se comparten cada una de las experiencias traumáticas, una por una, siempre pensando en los procesos de quienes acompañamos y esto requiere de una escucha constante y minuciosa.

Esta es una de las razones por las que siempre, en relación al apoyo entre iguales de forma profesionalizada, he puesto en cuestión la noción de mutualidad, nunca puede ser mutuo algo que está al servicio de la recuperación de alguien en una relación laboral, aunque sea una relación no jerarquizada.

Es la gran diferencia entre el apoyo mutuo informal y la relación profesionalizada, donde el apoyo y la experiencia propia son herramientas potentes al servicio del acompañamiento.

Para mí, esta es una de las partes más delicadas de nuestro trabajo, saber detectar en qué momento es necesaria cada experiencia y en cómo compartirla.

Desde el primer momento utilizo la palabra sufrimiento en la conversación, hablando en primera persona y una de las reacciones que me suelo encontrar es algo tan terrible como que me digan que es la primera vez que escuchan que el sufrimiento tiene causas, y a partir de ahí empieza un trabajo con muchas posibilidades.

Poder introducir la palabra sufrimiento nos lleva a otras conversaciones, nos lleva a alejarnos de las etiquetas diagnósticas, nos permite centrarnos en las vivencias de estas mujeres y en la posibilidad de nombrarse de otra manera.

De hecho, en la medida en que esté acompañamiento se va realizando empiezan a dejar de nombrarse como “enfermas mentales” y muchas de ellas empiezan a incorporar otras formas más amables.

Otras seguirán en esa identificación al diagnóstico, porque lo necesitan para seguir viviendo, pero en mi experiencia son el grupo menos numeroso, y a pesar de ello y respetando esa identificación, también son capaces de introducir aquellos elementos que les han llevado a procesos de sufrimiento tan intensos.

Una de las cosas más potentes que permite tener acompañamientos desde la experiencia, es que las mujeres empiecen a tener narrativas propias en las que se reconocen como personas a las que les han pasado muchas cosas malas en la vida, y de esta forma puedan dignificarse y darse un valor a sí mismas.

Encuentro en mi camino mujeres rotas que están transitando por procesos muy complejos, mujeres que se disocian por haber sufrido abusos sexuales en la infancia, abandonos, malos tratos y pérdidas terribles.

Pero cuando estas conversaciones aparecen podemos hablar sobre ello, porque yo conozco estas experiencias, al igual que otras muchas compañeras, y podemos abordar no sólo la oscuridad sino también a través de las soluciones que yo he ido encontrando, caminar un poco hacia la esperanza.

La esperanza es el punto más potente que puede aportar nuestro trabajo, no ofreciéndome como un ejemplo de recuperación, sino ofreciendo mi camino, que lo que transmite es que hay un sendero posible que construir para ellas.

No es lo mismo hablar de lo que significan los abusos o las disociaciones a alguien que ha pasado por esas experiencias, que contárselas a alguien que no las ha atravesado y que además ha podido salir de ellas o ha encontrado una solución digna para continuar con su vida, a pesar de esas experiencias.

Simplemente después de compartir nuestros caminos las personas empiezan a creer en la posibilidad de mejorar.

Quizás lo más importante es poder creer en la recuperación, algo que se hace muy difícil desde un sistema de salud mental que habla constantemente de personas crónicas, con capacidades mermadas y subyugadas obligatoriamente a tratamientos farmacológicos de por vida.

El acompañamiento por agentes de apoyo entre iguales genera una posibilidad diferente y devuelve a la persona gran parte de sus capacidades y sus potencialidades para poder sentirse mejor, algo que muchas veces les había arrebatado el discurso médico.

Más allá de los pronósticos nada halagüeños de la Psiquiatría más biologicista se pueden tejer redes de esperanza, desde estar en contacto con otras mujeres que han transitado por experiencias parecidas, desde no estar tan solas con el sufrimiento.

 

En este pequeño recorrido, en el

que he tratado de resumir parte de mi experiencia como agente de apoyo entre iguales con mujeres con sufrimiento psicosocial, espero que hayáis podido ver lo necesario de nuestra labor y también algo del trabajo que se puede hacer acompañándolas de esta manera.

Los relatos que alimentan la esperanza, el acompañamiento sin juicio ni jerarquías, la posibilidad de sentirnos comprendidas y apoyadas por alguien que puede entender de manera mucho más profunda nuestras vivencias. Todos estos elementos, pueden producir una transformación y quizás una huella en la historia de la persona que permita de alguna manera generar nuevas posibilidades.

Construyendo un vínculo reparador desde la base de la experiencia compartida, una conexión que se produce desde la autenticidad, que se sale de la tradicional relación con más desequilibrio de poder en el ámbito terapéutico, se puede incidir, a veces de una forma muy impactante según mi experiencia, en la forma de generar apoyos nuevos para las mujeres con sufrimiento psicosocial.

Un camino que implica poder mirarnos más allá de las etiquetas diagnósticas, que puede producir una modificación en las narrativas y en ciertas identificaciones a veces dañinas que portamos y que podemos cuestionar de alguna manera cuando nos encontramos con otras que nos acompañan ofreciéndonos su experiencia.

Una forma de trabajar, que se ha generado desde el conocimiento colectivo, desde un saber sedimentado, desde haber transitado por caminos propios y después ofrecerlos a otras para facilitar sus propios procesos.

Porque frente a los daños, frente a las violencias, frente a la soledad y la incomprensión social que produce el sufrimiento psicosocial las redes de apoyo que podemos generar desde esta mirada se pueden convertir en una herramienta para sanar y no perder la esperanza.

Nuestra labor es necesaria y ha de ser reconocida e incorporada en los servicios de salud mental, como una vía de acompañamiento legítimo y necesario pero también con aspiraciones de cambio dentro del propio sistema que a veces genera más daño en lugar de una posible reparación, y así la recuperación se hace muy difícil.

Mi experiencia es que la labor de los agentes de apoyo entre iguales tiene también incidencia en los equipos profesionales, que nuestra presencia permite ciertos cambios en las estructuras, se empieza a hablar de forma diferente de las personas y se empiezan a plantear preguntas nuevas.

Los profesionales ven el impacto de esta forma de acompañamiento y a veces pueden virar desde las posibles reticencias iniciales a la necesidad de hacernos preguntas sobre sus propias prácticas y las dudas que les generan.

Cuando trabajamos juntos, cuando podemos ser parte de un equipo de forma auténtica, se producen transformaciones también en los equipos y esta es otra de las aspiraciones irrenunciables, cambiar el sistema de salud mental desde dentro, empujar a cambios que nos lleven a un verdadero modelo de cuidados y no de coerción y de control que es lo que actualmente tenemos.

Es necesario que entre todos empujemos para incorporar nuestra labor en el acompañamiento del sufrimiento y que se reconozca nuestro trabajo y nuestro conocimiento, rompiendo con tanta injusticia epistémica.

 

 

 

 

 

 

 

 

que he tratado de resumir parte de mi experiencia como agente de apoyo entre iguales con mujeres con sufrimiento psicosocial, espero que hayáis podido ver lo necesario de nuestra labor y también algo del trabajo que se puede hacer acompañándolas de esta manera.

Los relatos que alimentan la esperanza, el acompañamiento sin juicio ni jerarquías, la posibilidad de sentirnos comprendidas y apoyadas por alguien que puede entender de manera mucho más profunda nuestras vivencias. Todos estos elementos, pueden producir una transformación y quizás una huella en la historia de la persona que permita de alguna manera generar nuevas posibilidades.

Construyendo un vínculo reparador desde la base de la experiencia compartida, una conexión que se produce desde la autenticidad, que se sale de la tradicional relación con más desequilibrio de poder en el ámbito terapéutico, se puede incidir, a veces de una forma muy impactante según mi experiencia, en la forma de generar apoyos nuevos para las mujeres con sufrimiento psicosocial.

Un camino que implica poder mirarnos más allá de las etiquetas diagnósticas, que puede producir una modificación en las narrativas y en ciertas identificaciones a veces dañinas que portamos y que podemos cuestionar de alguna manera cuando nos encontramos con otras que nos acompañan ofreciéndonos su experiencia.

Una forma de trabajar, que se ha generado desde el conocimiento colectivo, desde un saber sedimentado, desde haber transitado por caminos propios y después ofrecerlos a otras para facilitar sus propios procesos.

Porque frente a los daños, frente a las violencias, frente a la soledad y la incomprensión social que produce el sufrimiento psicosocial las redes de apoyo que podemos generar desde esta mirada se pueden convertir en una herramienta para sanar y no perder la esperanza.

Nuestra labor es necesaria y ha de ser reconocida e incorporada en los servicios de salud mental, como una vía de acompañamiento legítimo y necesario pero también con aspiraciones de cambio dentro del propio sistema que a veces genera más daño en lugar de una posible reparación, y así la recuperación se hace muy difícil.

Mi experiencia es que la labor de los agentes de apoyo entre iguales tiene también incidencia en los equipos profesionales, que nuestra presencia permite ciertos cambios en las estructuras, se empieza a hablar de forma diferente de las personas y se empiezan a plantear preguntas nuevas.

Los profesionales ven el impacto de esta forma de acompañamiento y a veces pueden virar desde las posibles reticencias iniciales a la necesidad de hacernos preguntas sobre sus propias prácticas y las dudas que les generan.

Cuando trabajamos juntos, cuando podemos ser parte de un equipo de forma auténtica, se producen transformaciones también en los equipos y esta es otra de las aspiraciones irrenunciables, cambiar el sistema de salud mental desde dentro, empujar a cambios que nos lleven a un verdadero modelo de cuidados y no de coerción y de control que es lo que actualmente tenemos.

Es necesario que entre todos empujemos para incorporar nuestra labor en el acompañamiento del sufrimiento y que se reconozca nuestro trabajo y nuestro conocimiento, rompiendo con tanta injusticia epistémica".

 

 

 

 

 

 

 

 

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