"Salud mental, visibilización , redes de apoyo y ciudadanía"


 Esta semana he tenido el honor de participar junto a mi querida Vilma Coccoz en una actividad en el Koldo Mitxelena Kulturunea, en el ciclo Mintza Lagun. Un ciclo coordinado por Vilma Coccoz y Juan Ignacio Etxart.

Una actividad emocionante, un espacio de encuentro fascinante que me ha llenado de energía para seguir luchando por mi causa y la de tantas personas: la defensa de la subjetividad y los derechos humanos.

Aquí podéis ver el vídeo de la actividad en castellano Video y también tenéis su traducción al euskera, todo un lujo Vídeo euskera 

Comparto con vosotros el texto que leí el jueves 20 de Marzo en este encuentro:

 

"En primer lugar, quería comenzar esta intervención con algunos agradecimientos.

Gracias a las instituciones que han apostado por traer mi discurso a la maravillosa ciudad de Donosti, ciudad símbolo siempre de acogida para mí. Eskerrik asko. Es un orgullo estar aquí con todos vosotros.

Gracias a las personas que están traduciendo mis palabras a esta bella lengua que es el euskera.

Y, por último, permitirme mencionar a quien hoy está a mi lado: Vilma Coccoz. Una persona que ha sido mi maestra, que siempre ha sido ejemplo para mí, de ética, de valentía y de defensa de la subjetividad frente a las amenazas que la acechan, hoy más que nunca.


 

Abordar el sintagma salud mental, es abordar una significación compleja, que ha invadido por completo el discurso social, pero frente al cuál nos sentimos desorientados.

Hay un murmullo constante, que se ha ido convirtiendo en un significante amo, parece que últimamente todo es salud mental, pero a la vez desconocemos los peligros que encierra.

No olvidemos tampoco que cuando un significante consigue parasitar todos los discursos es porque el mercado está detrás, empujándonos al consumo de algo, orquestado siempre por oscuros intereses.

Yo, hoy voy a hablar de esta significación, intentado la difícil labor de representar el discurso en primera persona, un discurso heterogéneo, con diferentes sensibilidades, pero con un objetivo común la incuestionable e inquebrantable defensa de los derechos humanos.

El movimiento en primera persona en Salud Mental, es un movimiento social y político con una historia y con unas señas de identidad, que irrumpe en el espacio público a finales de los años 60 y comienzos de los 70 en Estados Unidos, Canada y Reino Unido. Su nacimiento se vincula con otros movimientos en defensa de los derechos civiles.

Personas que se autodenominaron “expacientes o supervivientes de la Psiquiatría.

Una denominación bajo la cuál nos sentimos identificadas las personas con sufrimiento psíquico que estamos bajo el paraguas del activismo.

No es un asunto baladí esta denominación, puesto que la Psiquiatría es la única especialidad médica que tiene asociaciones de supervivientes de su práctica en todo el mundo.

Estos primeros supervivientes de la Psiquiatría comenzaron a organizarse, generando acciones de protesta contra las prácticas abusivas asociadas al diagnóstico psiquiátrico, y al consiguiente encierro y exclusión social.

A partir de este movimiento se empieza a gestar una narrativa alternativa desde la experiencia vivida.

A día de hoy, todas estas asociaciones se definen como una coalición internacional de asociaciones que trabajan por la defensa de la justicia social y el respeto de los derechos humanos en el campo de la salud mental.

Y aquí voy a empezar a situar la primera cuestión importante que se debe visibilizar, en todo el mundo, pero situémonos en nuestro territorio, se siguen vulnerando derechos humanos fundamentales de las personas con sufrimiento psíquico.

El colectivo de personas con sufrimiento psicosocial, es un colectivo vulnerado, al que en muchas ocasiones se arrebata sus derechos civiles por el simple hecho de tener un diagnóstico de la Psiquiatría.

Esta es la cruda realidad a la que nos enfrentamos:

Tratamientos involuntarios, institucionalización, electroshock (que ahora denominan TEC), contención mecánica, contención química, sobremedicación (medicaciones por encima de ficha técnica), ausencia de consentimientos informados, tratos degradantes e inhumanos, numerosas personas tuteladas, algo que en más ocasiones de las que nos gustaría son prácticas habituales en las instituciones que deberían estar al cuidado de personas que sufren.

Todas estas violencias están ocurriendo mientras pronuncio estas palabras, en todo nuestro territorio, violencias que atentan contra nuestra legislación vigente, en primer lugar, contra la Constitución que nos rige, pero también contra tratados internacionales de Derechos Humanos cómo es la Convención de Derechos Humanos de personas con discapacidad, texto del año 2006 y que ha sido ratificado por España en el año 2008.

Por lo tanto, la primera reflexión que debemos hacer, tiene que ver con asumir que, hablar de salud mental no nos protege, y que las personas con sufrimiento mental son muchas veces maltratadas en los momentos de mayor fragilidad y miedo de sus vidas, dentro de las instituciones y por las personas que deberían estar a cargo de los cuidados.

Mientras escribía mi intervención me sorprendieron los datos de contenciones mecánicas del 2024 que se publicaron sobre Euskadi.

La contención mecánica es una práctica que implica atar a una persona a la cama de muñecas, tobillos y cintura, y que desde el año 2013 ha sido declarada tortura por la ONU.

Las cifras publicadas son absolutamente escandalosas y nos deberían hacer pensar conjuntamente cómo transformar esta cuestión.

En el periódico “El Correo” del día 21 de Febrero de 2025 se publica el siguiente titular: “Al menos 834 pacientes psiquiátricos fueron atados en Euskadi en el año 2024”. El subtitular nos dice: “La duración media de la sujeción de estos enfermos fue de 3,7 días en los diferentes centros de la red de salud mental vasca”.

Buceando en el texto seguimos encontrándonos con más información inquietante: “aunque hubo casos de enfermos que permanecieron atados hasta 18 jornadas”.

También se recoge que de todas estas personas atadas: 48 fueron menores, atados en las unidades infanto-juveniles.

Que personas hayan sido atadas durante 3,7 días, o incluso durante 18 días, implica que a la persona se la suele pone un pañal, en el mejor de los casos, porque no se le permite ir al cuarto de baño para hacer sus necesidades más básicas.

Implica a personas gritando, solas, en habitaciones de aislamiento, y en riesgo de muerte por asfixia, accidentes cardiovasculares, infecciones, y un largo etcétera.

El gran problema de la coerción no es solamente un dilema moral, no es exclusivamente una preocupación porque  produce una revictimización de sujetos con sufrimiento psíquico, el gran problema de la coerción es que tiene un riesgo, incluso de muerte para las personas.

En este artículo de prensa también vemos varias de las claves que han permitido que sigamos en esta situación.

Porque detrás de su titular también hay un lenguaje justificador de las violencias, en frases como “enfermos psiquiátricos a los que se tuvo que inmovilizar”.

Y aquí vemos de soslayo que hay un discurso social que justifica acciones violentas bajo el paraguas del significante enfermedad mental.

Judi Chamberlin, una de las primeras activistas enmarcada dentro del movimiento de supervivientes de la Psiquiatría, ya nos advertía del peligro del uso social de este significante y el riesgo que produce en las vidas de las personas.

 


 

En su libro “Por nuestra cuenta”, que es el manifiesto fundacional de nuestro movimiento nos dice: “Salud mental y enfermedad mental son términos que han entrado en el vocabulario popular, sin embargo, son términos que pocas personas pueden definir. En general se suele llamar personas mentalmente sanas a aquellas personas cuyo comportamiento les agrada y mentalmente enfermas a aquellas cuyo comportamiento no les gusta. (…)

Podemos ver las consecuencias de esta valoración cuando observamos el efecto que tiene un diagnóstico de enfermedad mental en la vida de un individuo.

(…) Las enfermedades mentales afectan a esa abstracción conocida como mente. Una vez que se ha decidido que una persona tiene una mente enferma, le siguen enormes consecuencias sociales(…) frecuentemente desemboca en pérdida de libertades. A veces se convierten en tratamientos psiquiátricos obligatorios que suele implicar el internamiento en un hospital psiquiátrico, lo que se percibe ampliamente como un destino desagradable e indeseable. Se considera que los pacientes mentales que protestan por tan confinamiento son incapaces de comprender su propio bienestar, y a menudo una vez que alguien ha sido diagnosticado así, incluso la percepción de su lugar de reclusión como indeseable se considera un signo de enfermedad mental”.

Vamos a ir tratando de desgranar en este recorrido cómo el lenguaje, la coerción y el estigma van de la mano, en una triada que está al servicio del control social y de los lobbies farmacéuticos, o de lo que denominamos desde nuestro movimiento la “Industria farmamentistica”. Término acuñado por mi compañero Tomás López Corominas.

Vivimos un momento en el que la resistencia combatiente de algunos sectores a reconocer los determinantes sociales de la salud mental, oculta unos claros determinantes comerciales de la salud mental, pues no podemos obviar que España es uno de los países del mundo en el que más psicofármacos se consumen.

El calado de un discurso biologicista, que ha alcanzado su hegemonía desde sus patrocinios comerciales, que han parasitado todas las investigaciones, y no desde el conocimiento demostrable, ha provocado la asunción de este paradigma en todos los ámbitos de nuestra sociedad.


 

El psiquiatra José García Valdecasas y la enfermera especialista en salud mental donostiarra Amaia Vispe, amigos y profesionales con un discurso imprescindible desde la renuncia a los patrocinios por la farma-industria nos dicen en su libro “Postpsiquiatría”:

(…) “el paradigma biologicista proporcionó una explicación hipótetica de los trastornos psiquiátricos que los considera basados en alteraciones bioquímicas de exceso o déficit de determinados neurotransmisores según los mecanismos de acción de los distintos psicofármacos (que realmente provocan alteraciones neuroquímicas en el cerebro, en lugar de corregir supuestas alteraciones previas).

Esta explicación, hipotética, no solamente no se confirmó nunca (nadie ha demostrado el déficit de serotonina en la depresión o el exceso de dopamina en la psicosis, sino que, además, curiosamente, la mayoría de los profesionales adscritos a este paradigma la dan por demostrada. El hecho de que la investigación, la docencia, y la formación psiquiátrica en general estén en gran medida en manos de empresas farmacéuticas cuyas cuentas de beneficios dependen de tales explicaciones hipotéticas, no probadas, tal vez tenga que ver con esta situación.

“Desde el punto de vista social, sin duda, el paradigma biologicista funcionaba a la perfección para conseguir que los psiquiatras, antes marginados cómo carceleros o charlatanes, de repente gozaran de todo el respeto profesional que la clase médica brinda a sus miembros, con las implicaciones que ello tiene a múltiples niveles. Y a la hora de recibir financiación, docencia, o diversos tipos de formación, por parte de las empresas que comercializan los remedios a partir de los cuales se instauró el paradigma, resulta que los psiquiatras se colocan a la cabeza, sin duda en relación con que nuestros fármacos se sitúan en los primeros puestos en gastos farmacéuticos. “

Otro de los grandes éxitos del paradigma biologicista es que se asume como el corpus de conocimiento de la Psiquiatría, cuando sabemos que hay una Psiquiatría no-toda, enfrentada en estos momentos.

Existe también otra Psiquiatría, aunque menos hegemónica, que podemos encuadrar dentro de la Psiquiatría democrática, que no asume estos paradigmas de neurotransmisores, que pone en el centro las causas de los malestares subjetivos en los contextos y en las vidas de las personas y que tiene un paradigma de determinantes sociales de la salud mental.

El problema, a día de hoy, es que estas hipótesis biologicistas no demostradas que vertebran el ejercicio de una Psiquiatría hegemónica desde el poder y desde el control social, ha sido asumida por la sociedad y que permite justificar que, por ejemplo, se ate a personas en los hospitales porque tienen la categoría de enfermos mentales.

Tendríamos aquí el primer ingrediente: el uso del lenguaje, la asunción de los diagnósticos psiquiátricos dentro del corpus de una enfermedad biológica como una verdad inquebrantable.

Diagnósticos que han pasado al lenguaje popular cómo verdades inmutables, siendo desconocedores de la ausencia de un conocimiento constrastado que los sustente. Es realmente descorazonador escuchar a nuestros jóvenes nombrar sus malestares con términos clínicos, y ver cómo de alguna manera este lenguaje ha fagocitado su subjetividad, ver cómo en ocasiones generan identidades a través de estos constructos.

El DSM-V, uno de los manuales en los que se basan estas categorías clínicas, es un manual sin ninguna referencia bibliográfica, consenso de psiquiatras que tienen conflictos de interés con la industria farmacéutica, y que en algunos países se está empezando a prohibir.

Con esto, no queremos decir, ni mucho menos, que el sufrimiento psíquico no exista, queremos decir que no puede ser catalogado como una enfermedad médica en el sentido biológico del término, porque no hay ningún indicio de que esto se pueda sustentar.

Los diagnósticos psiquiátricos, además, producen mucha discriminación, fruto del estigma social asociado a ellos que son producto de lo que llama, el psiquiatra británico Sami Timimi: el complejo industrial de la salud mental. Timimi, además, señala, que los diagnósticos producen una falsa idea de que cuando identifican a alguien con una categoría clínica se sabe la causa de este padecimiento, algo muy lejos de la realidad.

El estigma social, es otro de esos ejes vertebradores de los que hablaba, desde nuestro movimiento, lo denominamos cuerdismo, termino acuñado por nuestros compañeros de la Asociación Hierbabuena, proveniente del concepto mentalismo de Chamberlin.  Este concepto hace referencia a todos aquellos prejuicios que la sociedad normativa tiene respecto a los sujetos con diagnósticos psiquiátricos.


 

Prejuicios falsos pero que como hemos nombrado, tienen graves consecuencias en las vidas de las personas: como la violencia, la irracionalidad, la incompetencia, la necesidad de asistencia y supervisión continuada.

Tomaré uno de ellos, por ser el más extendido que es el de la violencia: A pesar de que según estudios, solamente un 5% de los actos violentos son cometidos por personas con sufrimiento psíquico, de que todas las estadísticas sitúan a nuestro colectivo con muchísima más probabilidad en el papel de víctima que de victimarios (cómo mínimo, tres veces más), la sociedad ha tomado a nuestro colectivo de chivos expiatorios de la sociedad.

La supuesta peligrosidad justifica las medidas coercitivas, justifica todo un paradigma de coerción y control social y pone en peligro nuestras subjetividades y nuestras vidas.

Una vez hecho este recorrido, una vez puesto en cuestión el paradigma que sustenta una gran parte de las intervenciones en salud mental hablaré desde nuestro conocimiento situado, desde nuestro conocimiento que es un conocimiento experto.

Nosotras sabemos que las causas de nuestros malestares están en nuestros contextos, en nuestras vidas, en unas heridas muy grandes que portamos, y que la violencia institucional no solamente no recupera a nadie, sino que además produce un efecto de re-traumatización de las personas.

El Psicólogo John Read en su libro “Modelos de locura”, junto a otros profesionales de la salud mental, recogen que las causas de la psicosis no están en otro lugar que en el abuso infantil y en las adversidades tempranas.

 


 

Algo que compartimos plenamente

Hay estadísticas que indican que alrededor del 70% de personas con diagnósticos psiquiátricos ha sufrido abusos en su infancia. Pero aquí hay una realidad hacia la que la sociedad no quiere mirar.

Por lo tanto, hay una necesidad de virar el rumbo de las cosas, mirar hacia las causas del sufrimiento y generar espacios de cuidados no jerárquicos, basados en derechos humanos donde las personas puedan construir una narrativa de palabras, donde reconstruir su historia y dignificarse como sujetos de pleno derecho.

Tampoco podemos seguir manteniendo un sistema tan fuertemente medicalizado, donde se están utilizando los psicofármacos para acallar los síntomas de los sujetos que sufren, sin atender a sus causas, sin ofrecer el bálsamo de la palabra y la escucha, para poder restaurar los daños que las personas que se han roto portan. No se puede seguir abandonando a las personas en esta deriva por más tiempo.

El movimiento en primera persona en Salud Mental, del que formo parte, ha generado esta batalla democrática con muy pocos recursos y muy pocos apoyos.

Desde un yo disidente, y desde una aspiración de politizar el malestar subjetivo y combatir los abusos de poder y las vulneraciones de derechos humanos, han ido surgiendo voces y asociaciones en primera persona, que generamos conocimiento, a la vez que documentos y publicaciones en los que se denuncia el Estado de las cosas.

Siempre desde esa perspectiva de la que nos hablaba Chamberlin: “Querer un mejor trato no es lo mismo que reivindicar el derecho a estar libre de todas las etiquetas, tratamientos y procedimientos no deseados. Mejor trato en ausencia de derechos fundamentales es simplemente buscar una prisión más cómoda y menos restrictiva”.

 

 
Judi Chamberlin

 

No olvidamos, y no dejemos de visibilizar que no hemos estado presentes nunca en el relato social de la salud mental, ni se nos ha permitido participar en las políticas que nos afectan directamente.

Hemos tenido que llegar al 2024 para ser recibidos por primera vez en el Ministerio de Sanidad para que nuestras reivindicaciones hayan sido, al menos escuchadas, y para que se inicien los primeros pasos en la participación en las políticas, una participación que todavía está por construir.

Durante muchas décadas nuestras voces han sido silenciadas y usurpadas por asociaciones de profesionales y de familiares que se han apropiado indebidamente de nuestro relato y que muchas veces han solicitado reivindicaciones muy alejadas de nuestras necesidades y nuestras demandas.

Con esto no quiero decir que las voces de las familias no deban ser escuchadas, ni tampoco estoy menospreciando su sufrimiento, pero sí estoy afirmando que no tienen legitimidad para representarnos, porque somos nosotros los que debemos y podemos representarnos a nosotros mismos. Tal y cómo la misma Convención de Nueva York, reconoce.


 Decía Chamberlin: “Cada vez que dejo que un experto hable por mí me traiciono a mí misma. Y cada vez que un experto se cree en el derecho de hablar por mí, él o ella me traiciona”.

Llevamos décadas sufriendo de una injusticia epistémica que ha provocado que nuestro relato se sitúe en los márgenes, porque cómo explicaba Foucalt el conocimiento también tiene sus jerarquías, y se establece una relación intrínseca entre éste y el poder.

Nos proponía Foucault que aquellos con poder actúan de manera que legitiman sus propios conocimientos y mientras simultáneamente desacreditan otros conocimientos que pueden desafiar el conocimiento dominante.

La injusticia epistémica, concepto de Miranda Fricker, es la forma en la que las personas pueden ser perjudicadas en sus capacidades epistémicas, porque se anula su capacidad para transmitir sus conocimientos y experiencias.

 


 

Ella nos habla de dos tipos de injusticia epistémica, la testimonial y la hermeneútica.

La injusticia testimonial es aquella que se ejerce a ciertas personas que no son atendidas o escuchadas debido a su procedencia social, porque existe un prejuicio sobre ellos. Produce una jerarquía de saberes que perjudica a los colectivos oprimidos.

La injusticia hermenéutica es cuando una persona es incomprendida o malinterpretada debido a su identidad social o cultural. La experiencia o el conocimiento de una persona no es aceptada porque no hay un concepto disponible validado socialmente para explicar o identificar esa experiencia.

 

Fricker nos dice que cuando a una persona no se le da credibilidad en el conocimiento, ni a la persona, ni al contenido, se anula capacidad racional y su dignidad, ejerciendo un daño contra su identidad, un daño que le impide entender su vida y darle sentido.

Esto es lo que nos ha venido ocurriendo históricamente, pero a pesar de ello, y con apenas financiación y estructura, las diversas asociaciones en primera persona han ido visibilizando nuestras realidades, generando formas de acompañamientos alternativas y formas de cuidados que se sitúan por fuera del sistema, que son sumamente útiles.

Los grupos de apoyo mutuo, son grupos en los que las personas pueden sentirse acompañadas en sus malestares subjetivos, en espacios sin juicio, donde no existe la presencia de profesionales, y dónde además de sostenernos unos a otros, podemos compartir nuestras formas de afrontamiento de los diferentes malestares.

También son espacios de protección frente a las violencias vividas en los espacios sanitarios tradicionales.

Los grupos de escuchadores de voces, en los que las personas pueden compartir sus experiencias inusuales y afrontar estas experiencias vividas, no desde el juicio, sino de nuevo desde esas experiencias compartidas, y de manera que las personas se sienten menos solas para atravesar estas experiencias que a veces puedan resultar muy invasivas o conflictivas.

Las redes de cuidados y acompañamiento para evitar situaciones de ingresos hospitalarios que tantas veces han resultado traumáticos para las personas. Compañeras que acompañan a otras en sus momentos de crisis.

Herramientas como los pactos de cuidados o la Planificación de decisiones anticipadas, donde las personas en momentos en los que no están en crisis puedan planificar sus decisiones en casos de llegar a estados de malestares intensos, y que aspiramos a que un día tengan la misma repercusión legal que el testamento vital.

La figura del peer to peer, o agente de apoyo entre iguales, que desde el modelo de Recuperación de Escocia, y desde este conocimiento generado colectivamente, proporciona un soporte para el atravesamiento de situaciones difíciles desde la experiencia vivida, una figura que luchamos porque esté disponible para que las personas en situaciones de crisis puedan sostenerse en la esperanza sin juicio.

Figura que lleva un largo recorrido en otros países y que tratamos de conseguir los apoyos para implantarla en nuestro territorio.

Asociaciones como Hierbabuena en Asturias, Mejorana en Navarra, Activament y Federació Veus en Cataluña, Zoroa en Euskadi, integradas en su totalidad por personas en situación de sufrimiento psicosocial están obteniendo mediante un gran esfuerzo, grandes avances en una lucha titánica por intentar una transformación social muy necesaria.

También nos reivindicamos en la celebración de eventos como el orgullo loco, iniciado en España por la asociación Hierbabuena, que ya se celebra en todo el territorio y en una gran parte de países del mundo, en los que tratamos de visibilizar nuestra lucha dejando de ser invisibles, siguiendo la estela de otros movimientos por los derechos civiles que se levantan contra la discriminación de colectivos oprimidos como los colectivos de personas racializadas o de identidades LGTBI.

Pero esta pequeña gran lucha por la dignidad y por la democratización de los cuidados, esta batalla contra la discriminación y la segregación de aquellos que sufren, por la garantía de derechos civiles y por la integración de personas que tienen derecho a ser aceptadas en su singularidad no podemos hacerla solos.

La Comunidad debe ser la respuesta frente al sufrimiento, porque el dolor individual forma parte de lo colectivo, porque el sistema social, igual que genera dolor y sufrimiento también puede generar un tejido social que nos sostenga.

Este año tuvimos el placer de escuchar en Madrid en las jornadas de la Asociación Española de Neuropsiquiatría a Giovana del Giudice, psiquiatra Triestina continuadora de la labor de los Basaglia en Italia.

 


 

Franco y Franca Basaglia construyeron el mejor sistema de salud mental Comunitaria del mundo, impulsando el cierre de los manicomios, en Trieste, bajo el famoso lema: La libertad es terapéutica, a través de la llamada Ley 180 en el año 1978.

Está Ley significó para Italia un proceso nacional de eliminación de los hospitales psiquiátricos que concluyó en el cierre definitivo de estas instituciones y a la progresiva creación de servicios basados en el territorio, que permiten a las personas que sufren de conducir su vida en un normal contexto social. Fue la primera en el mundo que intentó cambiar radicalmente las condiciones de tratamiento y de atención en psiquiatría.

Basaglia fue un gran defensor de los derechos de las personas con sufrimiento psíquico que, desde su perspectiva, eran además de todo, víctimas de un entorno social que los rechazaba y de una medicina atrasada que había perpetuado unas prácticas sanitarias más perjudiciales que beneficiosas.

“Bajo toda enfermedad psíquica, hay un conflicto social.”, fue una de sus citas más conocida. Era necesario realizar una reforma revolucionaria en la manera de entender la salud mental y a quienes la padecen. No quitar derechos sino volver a otorgárselos.

Giuvana Del Giudice nos enseñaba cómo lo comunitario puede ser la respuesta frente al sufrimiento psicosocial, cómo se necesita una cultura de derechos compartida por toda la ciudadanía. Cómo se necesita una mirada de la salud mental de Comunidad, un viraje de la segregación a la inclusión de las personas con sufrimiento psíquico.

Nos mostró cómo se pueden crear sistemas de cuidados donde se respeten los derechos humanos, en Trieste no se atan personas y las medidas involuntarias están muy limitadas.

Cuesta pensar que tenemos que seguir reivindicando la figura de Basaglia en el año 2024, y que desde el año 1978 hasta el día de hoy no se hayan logrado consolidar los avances de Trieste, ni que este modelo se haya logrado imponer en la mayoría de servicios de salud mental del mundo.

Pero sin duda debería ser la respuesta para acoger el sufrimiento y no rechazar a aquellos que tienen otras formas de estar en el mundo y que tienen el mismo derecho que el resto de ciudadanos a ser incluidos, no desde la renuncia a su identidad, sino desde la integración de la misma.

Por eso mi propuesta en este espacio de diálogo y de encuentro es proponer la ciudad cómo ese espacio que puede generar el tejido social que de una respuesta para acompañar el dolor y para mitigar la soledad, combatiendo la discriminación.

Construir espacios simbólicos y físicos donde encontrarnos, donde conocernos y reconocernos, donde compartir experiencias y darnos cuenta que todos estamos atravesados por el dolor, que no nos separan fronteras ficticias creadas por artificios diagnósticos, que nos une lo humano, esa desgarradura que nos atraviesa a todos de la que hablaba la gran poeta argentina Alejandra Pizarnik.

 

El sistema capitalista quiere individuos aislados, separados, confrontados, busca la ruptura del tejido social que es en realidad el hilo que nos sostiene, puesto que solos somos más vulnerables.

En la lucha colectiva, en el compartir, en el escucharnos y en integrar nuestras diferencias está la respuesta necesaria para acompañar el dolor humano.

Apostemos por diseñar estos espacios, por dejar de hablar de salud mental y hablar de sufrimiento, por escuchar a la infancia y a la adolescencia sin juicios.

Reivindiquemos una ciudad que acoja, que cuide, que promueva valores democráticos, que luche contra la discriminación, que apoye movimientos vecinales, asociaciones culturales, de ocio, deportivas, que ofrezca los espacios comunitarios que son los verdaderos palacios del pueblo y que a quienes pertenecen son a la ciudadanía.

Que los espacios públicos sin señalamiento estén a nuestra disposición para juntarnos, acompañarnos, hablar y generar iniciativas que mejoren las vidas de todos.

Porque aliviar el sufrimiento no es una cuestión solamente de profesionales ni de políticos, es una cuestión en la que está en juego la participación y la ética de todos los ciudadanos.

Cuando no estigmatizamos, cuando no señalamos, cuando no juzgamos, cuando integramos al otro cómo nos gustaría que hicieran con nosotros estamos generando acciones que mejoran las vidas de las personas y eso repercute en lo que se llama la salud mental.

Cada día tomamos decisiones, cada día elegimos si somos agentes de justicia social o somos parte del sistema de control social y de expulsión de lo distinto en el que estamos inmersos.

Elijamos acoger, elijamos ser parte de la solución, porque asumir la condición humana, es asumir nuestra vulnerabilidad, es asumir que nos necesitamos unos a otros, porque hoy el sufrimiento puede tenerlo nuestro vecino, pero a lo mejor mañana somos nosotros o nuestros hijos.

Cuando alguien se rompe fruto del dolor que a veces causa la vida, no necesita unas correas, ni necesita juicio, ni privación de libertad, necesita una mano que le sostenga y que le acompañe en ese tránsito por la oscuridad, necesita a su Comunidad y sentir que ésta no le abandona a su suerte.

 

Eskerrik asko

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