Las narrativas en primera persona en Salud Mental: voces legítimas y necesarias

 


 

Desde hace unos días siento una necesidad imperiosa de escribir este post.

Parto de una pregunta: ¿Qué es lo que se puede temer del discurso en primera persona?

Me parece que es una pregunta con muchos entresijos, que hay que desmenuzar para poder situarla bien, que tenemos que visibilizar la realidad de la que partimos para poder comprender.

La medicina, en su discurso tradicional, se ha situado en este esquema: el médico tiene el poder, el médico sabe lo que te pasa y cuál es la solución para tu problema. Por eso se sitúa a esta forma de ejercer la medicina como un discurso del Amo.

Este principio sabemos que no funciona en Salud Mental.

El saber se sitúa en la persona que sufre, pues es la única que conoce su historia, que sabe lo que le ha pasado. El arte de escuchar consiste en acompañar a la persona para que pueda hilar su historia. Para que pueda conectar lo que le ha pasado en su vida con su sufrimiento y de esta forma encontrar un camino propio que aminore su dolor.

A veces el sufrimiento es tan grande que para hacer esta travesía necesitas anestesiar un poco el dolor, pues es un viaje difícil. Por momentos estás desorientado y has perdido la brújula.

Para este trabajo están los fármacos, no son un tratamiento, son unas muletas para cuando no puedes caminar. 

Reconocer que el saber está en el paciente no deja de ser un ejercicio de humildad muy necesario para ejercer una profesión que se mueve siempre en lo complejo.

Hace falta saber mucho y formarse mucho para llegar a esta fórmula y saber qué lugar ocupas y cuál es tu función cuando acompañas vidas dañadas.

Es una práctica muy compleja porque corres el riesgo de dañar.

Si hay evidencia de algo, es que esas fórmulas que la Psiquiatría tenía, donde encasillar al que sufre con un diagnóstico, medicarle y psicoeducarle, no sirven.

Porque el sufrimiento se resiste a este trato, porque en el sufrimiento hay una verdad que quiere ser escuchada. Hace falta profundizar mucho más y reconocer la singularidad del otro. No hay soluciones estándar para vidas diversas.

Las consecuencias de esta forma de tratamiento son la cronicidad, que ya está estudiada, y una pérdida de sentido de la vida.

Y es muy lógico, te obligan a vestirte con un traje en el que no encajas, ni quieres, porque te hace daño.

Te fuerzan a asumir un rol de enfermo, te arrebatan la posibilidad de transformar tu vida, de sentir que tienes capacidad de modificar tu destino. 

A cambio te dan un montón de fármacos, que te desvitalizan, que te quitan la capacidad de sentir, y una mochila de "no vas a poder..." Ni trabajar, ni tener pareja, ni hijos y además es para toda tu vida.

¿Quién se podría resistir ante esta vida tan tentadora?

Aquí abandonas sin querer tu posición de sujeto y pasas a una posición de objeto, encarcelado en una vida que no es tuya, artificial y aséptica.

También tienes que vivir con menos derechos civiles, porque eres un "enfermo", y la sociedad decide qué es lo mejor para ti.

El discurso en primera persona incómoda a aquellos que no están dispuestos a asumir que su saber en ocasiones no sirve, que hay que inventar otro distinto. Porque la satisfacción con los tratamientos no se debe medir desde fuera, ni desde la eliminación de los síntomas,  sino desde la satisfacción que las personas sientan con sus vidas.

 ¿De qué me sirve no tener síntomas si estoy aplastada, siento extrañeza conmigo misma, he perdido mi esencia, la ilusión y la alegría de vivir? Esto no es precisamente lo que dice el modelo de recuperación sobre tener un proyecto significativo de vida.

La experiencia en primera persona muestra esa cara oculta, que apenas se ha escuchado, simplemente porque no había opciones para nuestro colectivo, esto era lo que había, te gustase o no.

Escucho a algunos psiquiatras y profesionales de enfermería hablar de las bondades de los neurolépticos sin que sepan lo que significa tomarlos. Que hablan del abandono de los tratamientos (la dichosa adherencia) sin saber que son fármacos muy desagradables de tomar, por los efectos secundarios que tienen, que a veces son más enloquecedores que el sufrimiento psíquico en sí.

Recuerdo a una enfermera, que en una formación me hablaba de las bondades de los neurolépticos de segunda generación, que no tenían efectos secundarios, y que evidentemente enmudeció cuando le pregunté si los había probado para tener ese criterio.

Poco se habla del efecto desvitalizador de estos psicofármacos, que en procesos depresivos y en según que dosis, a veces te quitan la poca energía que tienes. Algo muy problemático cuando afrontas un estado de melancolía profunda.

Por no hablar de los efectos en la libido, o en la inquietud insoportable que a veces te invade y que no comprendes, porque el fármaco también introduce una extrañeza en tu propio ser.

Esto lo sabemos los que hemos atravesado estas experiencias, que nos hemos encontrado con psiquiatras que nos han pautado dosis estándar y hemos sentido los efectos devastadores de estos tratamientos en nuestra subjetividad.

Porque un fármaco mal pautado, en una dosis demasiado alta, también puede provocar empeoramiento, y esto pocas veces se cuestiona. Siempre se ha de establecer un criterio de riesgo-beneficio, desde un uso racional y en  muchas ocasiones no se cumple.

Simplemente, tener un diagnóstico, ha hecho que durante mucho tiempo se invaliden tus experiencias, porque si cuestionas es que no tienes adherencia al tratamiento, o "conciencia de enfermedad", es decir, otra vez el problema es tuyo y tu "enfermedad" te impide pensar este asunto con claridad. Y claro, para eso están los psiquiatras para decirte lo que te conviene.

Cuestionar no es invalidar los fármacos y su utilidad, es pedir un uso racional de ellos, centrado en la persona y desde un marco ético y de bienestar del sujeto. 

¿Pero cuando se habla de psicofármacos desde el lado profesional, se cuenta alguna vez con la experiencia en primera persona?

Y no es más que un ejemplo de los muchos que podríamos dar. Atravesar un proceso de sufrimiento psíquico extremo no solamente sedimenta una experiencia, sino también produce un saldo de saber cuando lo has atravesado.

Yo siempre digo una frase cuando hablo de mi exposición en la esfera pública como activista: No tengo miedo porque yo he salido del infierno, y el infierno del que vengo es mucho peor que los ataques que pueda recibir desde lugares a los que incomode que alce mi voz.

Si sales de un problema físico, o de una contingencia vital sin etiqueta te conviertes en un héroe y la sociedad te da un lugar de dignidad y superación, en cambio, si eres capaz de salir de algo tan difícil como este tipo de sufrimiento, no se te valida y además sigues siendo una persona "enferma", tus procesos no son significativos, y tus opiniones están bajo el paraguas de la duda por tu condición diagnóstica. 

No deja de ser otra vuelta de tuerca más de la perversión del sistema, otra forma de degradación social, de falta de creencia, que no es ninguna novedad para nuestro colectivo, pero que debería de generar muchas preguntas.

Lo vemos cada día en algunos equipos de profesionales de salud mental que ponen en cuestión un abuso sexual por el diagnóstico de la persona, o de servicios sociales y policiales que cuando llega una mujer diciendo que sufre violencia de género y lo cuenta, su palabra no se cree por su etiqueta.

 Lamentable, pues hay estadísticas abrumadoras de un porcentaje altísimo de mujeres con sufrimiento psíquico (75%-80%)  que padecen violencia de género.

Creo que todo va redundando en lo mismo, la invalidación como ciudadano y como sujeto de derecho por tu condición diagnóstica, que repito, es algo que le puede ocurrir a cualquiera.

Si dices que has sufrido abusos sexuales no se te cree, si dices que sufres violencia de género tampoco, si hablas de haber sido maltratado en las unidades de psiquiatría menos. Nunca la excusa del delirio pudo dar tanto de sí, como si las personas que han sufrido crisis frente a situaciones vitales muy adversas, siempre estuvieran en esta situación y no se pudieran recuperar ni fueran interlocutores legítimos.

El maltrato en las unidades de Psiquiatría, las contenciones mecánicas, los chantajes, las medicaciones forzosas, tratos que vulneran derechos y dignidades, sabemos que son el pan de cada día en muchas unidades de Psiquiatría de nuestro país. 

Pero cuando lo denuncias en tu condición de activista recibes contestaciones como la que yo recibí por parte de un alto cargo en Salud Mental de la Comunidad de Madrid: "La vulneración de derechos humanos en Psiquiatría es tu percepción". Solamente le falto decirme "es tu percepción porque estás loca". Que tampoco me sorprendería a estas alturas, la verdad.

Si hay alguien que puede realmente decir qué practicas dañan es aquel que sabe qué es el sufrimiento psíquico en primera persona, y no se puede sacar el comodín del diagnóstico como forma de deslegitimar a alguien ante cualquier contingencia que ponga en cuestión el sistema.

Otro de los muchos atrevimientos de algunas prácticas psiquiátricas también consiste en enseñar a las personas en qué consiste su sufrimiento psíquico. ¿Alguien se cree con potestad de enseñarnos en qué consiste nuestro sufrimiento? Esta psicoeducación, que no es más que otra forma de adoctrinamiento, para que cumplamos con los patrones de convivir con nuestra "enfermedad" según los designios de otros que no conocen ni nuestra historia.

El conocimiento en primera persona, las múltiples narrativas de expertos por experiencia, son imprescindibles para un abordaje mucho más respetuoso del sufrimiento psíquico, para generar otras formas de tratamiento y de trato, para acompañar más y ejercer menos violencia, para producir reparación y no más daños. También para generar políticas que tengan a la persona en el centro, como sujeto y no como objeto.  Nada para nosotros, sin nosotros, como siempre repetimos.

Pienso en cómo se está desperdiciando nuestro conocimiento, cómo se están despreciando nuestros saberes, que se siguen arrinconando en los márgenes, mientras se pierde la oportunidad de usarlos para mejorar la vida de las personas.

Pero esto también forma parte del estigma, forma parte de no reconocernos como personas válidas y competentes, como personas con discursos que no se conocen ni reconocen desde otros saberes formales,  y de paso condenarnos a la precariedad, cuánto más vulnerables seamos menos fuerza tendremos para cambiar el estado de las cosas.

Conozco personas absolutamente brillantes del movimiento en primera persona que tienen que sobrevivir a duras penas, y no creo que esto sea un asunto baladí. Mientras sigamos teniendo que sobrevivir, mientras no seamos reconocidos, las cosas podrán seguir estando en el mismo lugar, es una cuestión de poder, no cabe duda. 

Pero estamos en un momento de cambio, de impulso, de deseo de transformación, y desde nuestro lado en un momento de no retroceder, a pesar de las fuerzas oscuras y reaccionarias.

El que rechaza el discurso en primera persona, el que rechaza el saber del que conoce bien lo que es el dolor y también tiene la experiencia de haber encontrado una salida a las tinieblas, sólo demuestra la flaqueza de su conocimiento, su posición jerárquica y su no disposición de renunciar al poder. Aquellos que nos dicen que nos empoderemos, pero que no están dispuestos a ceder ni un centímetro del suyo. 

Creo que hay un cambio de paradigma en ciernes, que cada vez más profesionales se preguntan y se cuestionan, que no les sirve el encuadre que tenían, profesionales que nos preguntan cómo acompañar mejor, cada vez son más.

Seguiremos remando infatigablemente, porque la causa de los derechos humanos, de la dignidad de las personas, de sostener a los que sufren y no seguir generando tanto daño, es sin duda una causa que merece la pena, que es además justa y necesaria para tener una sociedad más democrática y donde haya más justicia social. 

Necesitamos más compromiso con los derechos humanos y no tanto risperdal, necesitamos más brazos que cuiden y que se eliminen las correas, necesitamos más humanidad y menos humanización tan mal entendida. 

Bienvenidos aquellos que quieran sumarse a remar con nosotros, que sólo queremos protegernos y cuidarnos a tod@s.



 








Hay que escuchar lo que a veces no es grato, pero es que la realidad del abordaje del sufrimiento psíquico

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