¿El lenguaje como forma de poder o como forma de transformación social?

 


¿El lenguaje como forma de poder o cómo forma de transformación social? 

Quería compartir con vosotros esta conferencia que impartí en Alicante, en el marco de las Jornadas "El Poder del lenguaje" el 19 de Octubre de 2023.


En primer lugar, quería agradecer a todas las personas que han organizado estas Jornadas por darle visibilidad a un tema tan importante como es el lenguaje en este ámbito que nos atraviesa a todos, que es la Salud Mental.

Gracias también por contar con mi voz y con mi palabra en este encuentro.

Voy a comenzar, para situar esta conferencia, con unas palabras de Sigmund Freud que ya nos sitúan en la relevancia que tiene el lenguaje, él nos dijo:

“Las palabras tienen un poder mágico, pueden proporcionar la mayor felicidad o la más profunda desesperanza: transmitir el conocimiento de maestro a estudiante, capacitar al orador para influir en su audiencia y dictar sus decisiones. Las palabras son capaces de despertar las emociones más poderosas e incitar todas las acciones de los hombres”.

En unas pocas líneas Freud ya sitúa la trascendencia de la palabra para el ser humano, aquel, que, por otro lado, solamente se puede hacer un ser con el lenguaje. Puesto que nuestro pensamiento es lenguaje y nuestro vínculo con los otros depende también de él.

Nos decía el filósofo Wittgenstein: “Los límites de mi mundo, son los límites de mi lenguaje”. Es decir, somos aquello que podemos poner en palabras.

La lingüista Ivonne Bordelois, nos recuerda que “La calidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestro lenguaje. Porque, así como tratamos a las palabras nos tratamos a nosotros mismos”.

Por tanto, menospreciar el lenguaje, en un campo que tiene tanto que ver con el bienestar de las personas, es un error muy grave y trataré de mostrar a lo largo de mi exposición algunas de sus consecuencias.

Cuando pensé esta conferencia y el camino que quería trazar, tuve claro desde el principio que quería ir desde ese lenguaje que está siendo utilizado como forma de poder y muchas veces de opresión, a la posibilidad de transformar la realidad transformando el lenguaje.

El lenguaje, por lo tanto, tenemos que visibilizarlo como una forma de poder, su uso nunca es inocente, hay una dimensión política de él y trataré de ahondar en ello.

Con el lenguaje construimos fronteras reales y simbólicas, con el lenguaje segregamos y expulsamos lo distinto, con el lenguaje construimos cárceles y personas invisibles.

El lenguaje nombra realidades y en tanto que las nombra, las construye, marca el camino de la significación, que luego se instala en el discurso social y genera consecuencias en nuestras vidas.

Voy a nombrar a lo largo de esta exposición a Judi Chamberlein, autora del libro “Por nuestra cuenta”, que es el texto fundacional del Orgullo loco.

Ella además fue parte fundamental del movimiento de supervivientes de la Psiquiatría en Estados Unidos desde los años 70.

Nos dice en su libro:

“George Orwell encontraría en el lenguaje del sistema psiquiátrico un ejemplo instructivo de su profunda comprensión acerca de cómo las palabras pueden usarse para transformar y distorsionar. Así como el Gran Hermano usa términos para enmascarar el totalitarismo, la psiquiatría usa palabras como “ayuda y tratamiento” para disfrazar la coerción. Ayudar a la gente en contra de su voluntad es un ejemplo obvio. Hay muchas cosas que se pueden hacer en contra de la voluntad de una persona, ayudar sencillamente no es una de ellas”.

El lenguaje psiquiátrico nos nombra como enfermos mentales, esquizofrénicos, personas con enfermedad mental grave y duradera, personas con trastorno mental, incluso llegamos a escuchar palabras como locos y locas desde el poder médico.

Aquí está la primera de nuestras cárceles, mientras no se consiga una transformación en esta insistente forma de nombrarnos, no conseguiremos un cambio en nuestra realidad.

Cojamos por ejemplo el sintagma “enfermedad mental”, por un lado, es una significación excluyente, es decir, nos lleva a una idea que es en sí misma falsa, aquella que dibuja esa frontera invisible entre personas enfermas y personas sanas.

Además, la etiqueta de “enfermo mental”, como nos dice Chamberlein, implicaría que la persona tiene un problema médico, que sólo los médicos pueden tratar adecuadamente. Aquí la causalidad psicosocial, está borrada.

Entonces siguiendo esta línea de pensamiento la “enfermedad mental”, nos lleva a la idea de una mente enferma de un cerebro roto.

Habría así una analogía entre enfermedad física y enfermedad mental, este es el modelo médico que es compartido por muchos psiquiatras y por la sociedad en general.

Pero hay otra manera de pensar esta forma de sufrimiento.

El psiquiatra Thomas Szasz, entre otros, nos propone que la enfermedad mental no existe y nos dice: “aunque la enfermedad mental podía haber sido un concepto útil en el siglo XIX, hoy es científicamente inútil y socialmente dañino”.

Thomas Scheff, nos dice que “la enfermedad mental puede considerarse más útil como estatus social que como una enfermedad, dado que los síntomas de la enfermedad mental están vagamente definidos y ampliamente diseminados, y la definición del comportamiento como sintomático de la enfermedad mental generalmente depende más de contingencias sociales que médicas”.

Así mismo Leifer, nos dice que “la relación entre la psiquiatría y la medicina es más histórica y social que lógica o científica”.

Lo que se pone en cuestión desde estos discursos, es que las personas con comportamientos un tanto diferentes o, que se salen de las conductas socialmente aceptadas, estén enfermas verdaderamente.

Todos estos discursos, ponen de manifiesto la dificultad de señalar los márgenes para diagnosticar a alguien como enfermo.

Sabemos, que prácticamente todas las etiquetas diagnosticas se basan en la última versión del DSM. Un manual diagnóstico que – como me enseñó mi compañero de la AEN José Valdecasas- no tiene ninguna referencia bibliográfica y es consenso de unos señores que tienen conflictos de interés con la industria farmacéutica.

Por lo tanto, la fiabilidad de esta forma de etiquetar a las personas parece que está bastante en cuestión.

Decir que el concepto de enfermedad mental no existe, no significa que estemos echando por tierra o ignorando los malestares subjetivos de las personas, pero la forma de mirarlos va a cambiar mucho.

No existen enfermedades mentales, existen sufrimientos uno por uno.

La forma de representarlos disfraza mucho la causalidad de estos malestares.

¿Dónde caben, desde este discurso biomédico de la enfermedad, los contextos biográficos y sociales de vulnerabilidad? Todos esos que sabemos que son causa de nuestro sufrimiento.

¿Dónde podemos encontrar las historias de vida, los traumas, la violencia vivida, en estas etiquetas tan vacías de subjetividad?

¿Cómo se puede aspirar a combatir el tan nombrado y a veces manoseado estigma, desde este lenguaje que no hace más que excluir y construir identidades desde ese señalamiento?

¿Cómo se puede decir que se lucha contra el estigma de los “enfermos mentales”, desde la posición profesional, sin ser conscientes que llamándonos “enfermos” estáis contribuyendo a perpetuar este daño?

El estigma, también nos señala Chamberlein, no se puede combatir desde equiparar la “enfermedad mental” al resto de enfermedades. Porque los derechos civiles que se tienen cuando padeces una enfermedad física, no son equiparables a los que tienes cuando te colocan la etiqueta de “enfermo mental”.

Con la segunda te pueden ingresar, medicar y tratar contra tu voluntad, con la consiguiente pérdida de autonomía, no tienen las mismas consecuencias legales.

Aquí podemos ver como dos palabras pueden determinar el destino social de alguien.

Combatir el estigma siempre se tiene que hacer desde un enfoque de derechos humanos, no aspirando a un mejor trato.

Querer un mejor trato, -nos dice Judi-, no es lo mismo que reivindicar el derecho a estar libre de todas las etiquetas, tratamientos e intervenciones no deseadas. Buscar un mejor trato en ausencia de derechos fundamentales es simplemente buscar una prisión más cómoda y menos restrictiva.

Ella nos dice: Defendemos un mundo en el que el dolor no sea etiquetado como enfermedad.

Desde el lenguaje se construye el estigma, que es una forma, no lo olvidemos, de discriminación.

Si recurrimos al diccionario etimológico y buscamos la palabra “estigma”, la lengua nos responde con su sabiduría, esa que a veces despreciamos.

En ocasiones, desde algunos discursos críticos, he escuchado que la palabra estigma era una forma suave de nombrarla, que era una manera de rebajar lo que representa esta forma tan violenta de discriminación.

Fijaros lo que nos dice su significado etimológico: “Marca impuesta con hierro candente, señal de infamia”.

Creo que nuestra lengua sitúa muy bien este concepto, y yo os invito a reflexionar sobre ello, para que nos demos cuenta de todo lo que influye el lenguaje en nuestra forma de ver el mundo.

El estigma se construye desde esta forma de nombrarnos, desde los discursos biomédicos que tachan identidades, desde el lenguaje sensacionalista y perverso de los medios de comunicación que nos coloca en el lugar de chivos expiatorios de esta sociedad y también desde esa transmisión institucional.

Por eso hay mucho que deconstruir.

Para tratar de analizar otra parte muy importante de la relación entre la Psiquiatría y el lenguaje como son los eufemismos, me gustaría que antes viéramos un vídeo muy corto que he realizado junto con el poeta y mediador de lectura Jesús Ge.



Os invito a verlo para introducir esta cuestión tan importante.

Es un vídeo bastante impactante, espero que no haya herido vuestra sensibilidad, pero se trata de una realidad dolorosa y que existe, aunque muchas veces se esconda debajo de la alfombra.

En este documento gráfico, hemos tratado de transmitir cómo este lenguaje psiquiátrico no cesa de tratar de rebajar la carga a través de eufemismos, la vulneración de derechos, la violencia y la coerción que se ejerce desde la institución psiquiátrica.

La definición de eufemismo nos dice: Palabra o expresión más suave o decorosa con que se sustituye otra considerada tabú, de mal gusto, grosera o demasiado franca.

Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.

Con el paso del tiempo, un eufemismo puede llegar a adoptar el mismo significado de la palabra que sustituía en un principio.

Es decir, que de alguna forma corremos el riesgo de que estos términos puedan sustituir en algún momento a la realidad que esconden.

Esta palabra procede del latín euphemismus, y a su vez del griego εὐφημισμός, construída con las formas eu, (bien, bueno) y pheme (hablar).

En diversos ámbitos como la política o el periodismo,y por supuesto también en Psiquitría, en ocasiones se utiliza el eufemismo como medio de manipulación. El eufemismo es una de las formas en que el lenguaje se puede utilizar para distorsionar la realidad.

Vamos a posar la mirada en algunos eufemismos que tienen que ver con las imágenes que hemos visto.

 El acto que se debe de nombrar es: atar a una persona a una cama con correas, de tobillos, cintura y muñecas.

Algunos eufemismos que afectan a esta realidad son:

“Contención mecánica”

“Inmovilización terapéutica”

“Sujecciones”

Como veis, se ha ido progresivamente suavizando esta realidad, tanto que ya no parece ni el mismo concepto que el que se pretende nombrar.

¿Dónde podemos atisbar el sufrimiento de una persona atada a una cama, en ocasiones durante horas o días, en un sintagma que además tiene incluida la palabra terapéutica en él?

¿Puede ser terapéutico algo que es una vulneración de derechos humanos?

¿Cómo se puede incluir la palabra terapéutico en un acto que en sí mismo es un absoluto fracaso terapéutico?

Allí donde fracasa la palabra surge la violencia, y en este acto es manifiesto. Atar a alguien a una cama implica el fracaso de todo lo humano.

En este caso, el eufemismo no solamente logra hablar de una forma más tolerable de algo que es intolerable. Además, produce un efecto de significación inversa.

Esta perversión ejercida sobre el lenguaje, induce al profesional a creer que lo que está haciendo es realizar una intervención que es terapéutica para la persona sobre la que se infringe esta violencia.

De alguna forma, de una manera soslayada se está transmitiendo que esto se realiza por “su bien”.

Si volvemos a consultar al oráculo de la etimología nos dice que terapia es una palabra que proviene del griego. El origen de la palabra, tiene una antigüedad de al menos 2500 años.  Sus primeros indicios, de los que tenemos conocimiento, se remontan al periodo de la Antigua Grecia: en el año 700 a.C., una palabra que significa “tratamiento”.  Y que está formada por un verbo que significa (restaurar, sanar, cuidar, atender, aliviar) junto al sufijo  que indica cualidad, conformando así un significado que de hecho se mantiene hasta nuestros días: “aquello que restaura”, “aquello que sana”, “aquello que alivia”.

Creo que está claro, a la luz de la sabiduría del lenguaje, que atar a una persona a la cama no tiene nada que ver con cuidar, ni aliviar, ni restaurar, ni sanar.

Tuve una pequeña charla con algunos profesionales de salud mental sobre esto en una de las formaciones que imparto, y me decían que eran conscientes de que esto no era terapéutico.

Pero sin embargo en el transcurso de la conversación cayeron en la cuenta de que la forma de anotar esta “intervención” en sus registros era IT (tan sólo dos letras) y que ahí estaba implícito lo terapéutico.

Y se percataron de cómo a nivel inconsciente funcionaba aquel significante, que de alguna manera justificaba la violencia en nombre de lo terapéutico.

Por lo tanto, esta forma de maquillar un acto a través de la palabra, tiene efectos sobre las personas que lo llevan a cabo, y de alguna forma pueden sentirse aliviados con esa significación de terapéutico permitiéndoles mayores facilidades para ejecutarlo.

También este significante esconde otra realidad, que tiene que ver con que esta práctica, como todos sabemos, en muchas ocasiones se utiliza para castigar o ejercer el poder y que se justifica desde algo que hemos ido alimentando con el lenguaje, que es el estigma.

El estigma o “cuerdismo”, como lo nombra Chamberlein, hablando de todos los prejuicios y suposiciones de las personas normativas respecto a las personas con diagnóstico: como son la violencia, la impredecibilidad, la falta de control, la incapacidad para ocuparse de sus vidas etc.

Desde el estigma y el prejuicio de la supuesta violencia, que sabemos que es una suposición falsa, se genera la justificación del control y la coerción que justifica atar a una persona a una cama. Todo generado desde el lenguaje pues es el vehículo transmisor de la discriminación.

La evolución de este eufemismo, además, ha quedado en sujecciones.

De atar, a contener, de contener a inmovilizar por causa terapéutica, hasta convertirlo en sujetar a alguien.

Creo que esta evolución habla por sí misma y deja bastante claro de lo que estamos hablando.

Porque la palabra "sujeción" viene del latín subiectio y significa: "acción de controlar un objeto para que no se caiga o no se mueva".

Es decir, aquí se ve la pérdida de ese componente violento, la dimensión del acto ha logrado su objetivo.

Pero hay otros muchos eufemismos en Psiquiatría, por ejemplo, hemos pasado de Electroshok, a  “Terapia electroconvulsiva”.

Aquí también se ve muy gráficamente como el lenguaje es poder, muchas personas desconocen que se trata de la misma intervención, lo que ocurre es que ahora se anestesia a las personas. Pero es la aplicación de corriente eléctrica en el cerebro de una persona hasta que convulsiona.

Cuántos familiares han autorizado esta intervención sin saber que se trataba de esta maniobra.

Efectivamente, el lenguaje psiquiátrico, sabe muy bien que es un significante que supone un gran rechazo social, por esta razón lo ha transmutado y lo ha transformado en una terapia añadiendo un significante nuevo y enigmático.

Pero se sigue aplicando, la mayoría de ocasiones, en contra de la voluntad de las personas, autorizándolo algún familiar, o incluso en contra de la decisión de la familia, como le ocurrió recientemente a Iván en Conxo.

No es mi intención abrir un debate sobre esta práctica, daría para una conferencia completa, pero sí quiero poner el foco en cómo se van disfrazando, a través de las palabras, las cargas de violencia.

Quizás las contenciones físicas y el electroshok, son dos formas bastante evidentes en las que podemos identificar esta torsión del lenguaje, este maquillaje de lo que no quiere ser mostrado y sí oculto a nuestra mirada.

Estas dos prácticas nos parece que, a simple vista, portan una carga evidente de violencia, tanto si las justificamos eticamente como si no.

Pero también hay muchos otros términos que están transmitiendo estigma y vulneración de derechos y que a fuerza de pronunciarlos a diario no los consideramos de este modo. Se consideran en el discurso profesional y social inocentes y no los son.

Cuando se habla de “conciencia de enfermedad” y de “adherencia al tratamiento” ¿Qué estamos transmitiendo a las personas, y más, que información se está transmitiendo a las instituciones sobre ellas en multitud de informes?

Aquí, otra vez, se manifiesta la verticalidad y el poder, porque se da por supuesto que si no tienes adherencia al tratamiento es por tu responsabilidad, donde los tratamientos y los profesionales no se cuestionan.

Simplemente se tira del comodín del estigma y del cuerdismo, podemos colocar ahí que las personas no se responsabilizan de sus vidas, que no son capaces de cumplir con sus compromisos y autocuidados, que son vagas y que no acuden a las citas.

En el fondo, y de una forma velada está escondida la idea de que si las personas no se recuperan es porque no se esfuerzan lo suficiente, porque no obedecen los mandatos de los que portan las insignias del saber, pero que a la vez, no saben nada de nuestras historias ni de nuestros contextos.

Vuelvo a citar a Chamberlein ¿Desde cuando la obediencia es una buena medida para cuidar de nuestra salud mental?

Os hago varias preguntas al respecto

 ¿Es algo bueno tener adherencia a un tratamiento que nos daña?

 ¿Es bueno tener adherencia a una persona que nos llama vagos o que no nos escucha?

¿Es bueno tener adherencia a alguien que nos dice lo que tenemos que hacer y se erige como principio de realidad sin conocer nuestra vida?

¿Es bueno tener adherencia a alguien que nos medica sin apenas escucharnos ni saber quienes somos, poniendo parches a nuestras heridas y generándonos dependencias de los fármacos?

Nunca se pone en duda a la intervención o al profesional, se duda siempre de la palabra de aquel que sufre, porque tirando una vez más de prejuicios “no somos personas de fiar”.

Con la conciencia de enfermedad se llega a un territorio muy próximo que a éste.

Yo siempre me hago una pregunta ¿Cómo no van a ser conscientes los sujetos del sufrimiento que tienen?

Ahora, de ahí a considerarse enfermos, hay un trecho muy largo.

Efectivamente las personas con sufrimiento psíquico achacamos lo que nos pasa no a nuestra “enfermedad”, sino a los acontecimientos tan dolorosos que nos han ocurrido.

Sabemos a ciencia cierta, que los traumas que portamos son fruto de numerosas violencias vividas, pero hasta eso nos niega el discurso biomédico.

Deslegitima nuestra palabra y nuestras vivencias adoctrinándonos sobre esa supuesta enfermedad que afecta a nuestro cerebro, o a nuestra mente, tampoco ellos lo saben ni han demostrado ninguna de sus hipótesis al respecto.

Yo sé que la causalidad de lo que me ha pasado en la vida, tiene que ver con toda la violencia que he vivido, con los abusos sexuales que sufrí en mi infancia y no con mi cerebro que es igual al de cualquiera de vosotros.

Las diferencias significativas entre las personas tienen que ver con el grado de exposición al trauma y con los contextos de vulnerabilidad, no busquéis en otro lugar.

Ayer mismo me decía mi psiquiatra que detrás de lo que se etiqueta como trastorno mental grave no hay otra cosa que víctimas de violencia.

Con esta operación del lenguaje se nos estigmatiza, se nos culpabiliza, se nos deslegitima y se perpetúan las relaciones de poder y las causas sociales en las que habría que incidir.

Es decir, es una forma de que este entramado de Salud mental esté al servicio del Sistema y que perpetue los daños.

Hay un mensaje que parece a que esta sociedad se resiste a reconocer y a que cale en ella y es que el sufrimiento psíquico anida no en lo casual de la biología o la genética, sino que es causal de las formas de vivir en medio de un mundo tan hostil.

Parece complejo detener esta trituradora de personas y de vidas, este mundo productivista alienado al capital y tan deshumanizado, con tantos intereses económicos en juego.

También hay otros disfraces del lenguaje y que también están ligados a lo políticamente correcto, a lo que se quiere mostrar y lo que no, esa censura de las palabras.

Hoy no podemos decir palabras como manicomio, porque supuestamente somos una sociedad avanzada en derechos y ya no existirían este tipo de centros, esas instituciones totales de las que habla Foucault.

Hoy se han convertido todos en centros de Rehabilitación Psicosocial, otra palabra trampa.

¿De qué nos tenemos que rehabilitar? ¿De nuestras incapacidades, de nuestros déficits?

Sigue el estigma anclado y alimentado por el propio sistema.

Quizás si tenemos que hacer algo para recuperarnos de nuestras vidas dañadas es poner en primer plano lo que hemos sufrido, de la manera que decidamos porque como nos decía Basaglia la libertad es terapéutica.

Volviendo al tema de la censura.

Aquí vienen todas esas siglas que han venido a inundar nuestro lenguaje, ya no hay manicomios sino unidades de hospitalización, tratamiento y rehabilitación.

Pero en realidad muchas de estas unidades siguen con personas encerradas allí en contra de su voluntad, siguen obligadas a medicarse en contra de su deseo, sufren allí castigos si se portan mal, no pueden salir sin autorización, a veces se les administra el dinero y su tabaco, a muchas mujeres se les pautan, anticonceptivos sin su conocimiento y consentimiento, se les ata a las camas y un largo etcétera que nos habla de una atención absolutamente manicomial.

Eso sí, para que no lo parezca tanto hay actividades, se pintan mandalas, se va de excursión y en ocasiones hay profesionales que desean acompañar bien.

¿Pero eso puede disfrazar el encierro y la vulneración de derechos?

Este blanqueo del lenguaje nos ha llevado a quitarnos las palabras para nombrar certeramente las realidades que necesitamos cambiar.

Debemos reivindicar el uso de estos significantes, debemos utilizar las palabras que se ajusten a lo que nombran.

Un manicomio no deja de serlo porque pongamos un letrero que diga Unidad de Hospitalización breve, un manicomio deja de serlo cuando las personas que están allí ingresadas son sujetos de pleno derecho y no pierden su condición de ciudadanos al entrar.

Un manicomio deja de serlo cuando las estructuras cambian, cuando las dinámicas de poder cambian, cuando los derechos humanos no se vulneran.

Nos han arrebatado la fuerza de las palabras para señalar verdades, nos quieren desarmar el lenguaje para tenerlo a su servicio, para enmascarar lo que tanto duele porque quieren que siga siendo una realidad que no exista.

Porque el lenguaje sirve también para hacer existir, lo que no se nombra no existe.

Hemos hecho un recorrido por cómo la palabra es utilizada para generar discriminaciones, al nombrarnos con esos significantes que nos estigmatizan, también hemos hablado de cómo los eufemismos están al servicio de disfrazar realidades que se quieren ocultar. Por último, hemos visto como la censura y la imposición de lo políticamente correcto nos arranca las palabras que tanto necesitamos.

Es decir, hemos abordado eso que yo anunciaba como el lenguaje como forma de poder y de opresión.

Pero esto no es más que una perversión de su uso, esto no es la lengua, es un uso perverso, es una usurpación.

Nos dice Ivvone Bordelois: “La palabra entregada al poder no es lenguaje sino pura consigna, mandato, explotación, ajena a la preciosa libertad que es el destino profundo de la verdadera palabra humana”.

“El lenguaje, por el contrario, es una fuerza solidaria, la institución más democrática más permanente”.

Tenemos que reapropiarnos de él y utilizarlo para transformar nuestra realidad, porque si cambiamos la forma en que nombramos a las personas, cambiará su realidad.

Si empezamos a tener una enunciación diferente sobre las personas que tienen diagnóstico, si dejamos caer las etiquetas y miramos hacia esa confrontación con el dolor como una experiencia compartida y que es consustancial a nuestra condición humana, sacaremos a muchas personas de esas cárceles invisibles en las que viven.

Bordelois también nos dice que tenemos curar a las palabras, para poder curar con las palabras.

Curar a las palabras de estos desvíos, de estos maquillajes, de esta tropelía que implica quitar la fuerza transformadora de nuestra lengua.

Ella es impulso creativo, es pulsión vital, ella es ese bien común en el que cabemos todos, la casa de la lengua en la que vivimos desde que abandonamos el vientre de nuestra madre para ingresar en ella.

Por esto estas Jornadas son tan importantes, porque está en nuestra mano deconstruir daño para construir vidas vivibles, está en nuestra mano hacer el mundo de las personas vulnerables mucho más habitable, está en nuestra mano conocer y reconocer al Otro desde reconocer nuestra propia vulnerabilidad.

Seamos todos esta fuerza transformadora, para que nadie tenga que vivir nunca más a oscuras.

 

Muchas gracias

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