Encuentro con jóvenes en el hospital de dia AMICEM: un soplo de esperanza.




 El pasado 11 de Octubre estuve en el hospital de Día AMICEM para jóvenes con motivo de la semana de la Salud Mental.

Fue un acto muy emocionante para mí, ese tipo de encuentros que le dan tanto sentido a mi trabajo.

Me reuní con un grupo de chavales entre 14 y 18 años, además de con los profesionales que trabajaban con ellos.

Quería que fuera algo distendido y desde el respeto, un espacio de diálogo pero a la vez respetuoso con quienes no quisieran hablar.

Fue fácil para mí abordarlo, pues hace bastantes años, con un poco más  de veinte yo estuve en un hospital de día, con mucho sufrimiento y a la vez con un silencio ensordecedor que me atrapaba.

Estar en un hospital psiquiátrico cuando eres joven, no es una situación  fácil, te surgen miedos y culpas. Te preguntas por qué has acabado allí, qué has hecho mal para encontrarte en esa situación.

Yo podía entender por lo que estaban pasando y así comencé, contándoles que podía intuir lo que sentían porque yo misma había pasado por esa situación cuando tenía su edad.

Que aunque fuera una persona bastante mayor que ellos, teníamos cosas en común.

Abordamos el estigma y la recuperación y contesté a todas las preguntas que tenían.

Desmontamos el mito de los diagnósticos, les dije que se olvidaran de etiquetas, que todos eramos personas diferentes, con nuestras historias y nuestros traumas, que se contemplaran mejor como personas pasando por un momento de crisis del que saldrían.

Que no se dejaran reducir a un diagnóstico, que eran ante todo sujetos y que las crisis estaban para enseñarnos algo.

Que cuando nos rompiamos era porque había algo que no marchaba bien en nuestra vida y que eso nos podía permitir cambiarlo y salir mejor, aunque fuera muy duro atravesar esos momentos.

Les hablé de mi proceso de recuperación, de que me había roto porque había sufrido mucho en la vida, malos tratos, abusos, y que las personas con problemas de salud mental somos personas heridas y no enfermas.

Les conté la importancia que para mí había tenido el apoyo de mi psicoanalista, que todos necesitabamos apoyos, ya fueran de un profesional, un amigo o un familiar.

Les nombré cómo me había ayudado poner en palabras todo lo que había sufrido, para entenderme y para encontrar mi lugar en el mundo.

Encontrar quién quería ser y hallar mi deseo, a qué me quería dedicar y cómo mi trabajo se había convertido en una forma de transformar el dolor en algo útil para otros y de este modo para mí misma.

Que la recuperación no era un camino fácil pero que cada uno encontraría su solución con tiempo y trabajo, sin dejar de decirles lo valientes que eran por estar ahí luchando por sus vidas. 

Que el trabajo de recuperarse y reconstruirse era muy importante y valioso, aunque la sociedad no lo reconociera.

Hablamos también del estigma, del miedo a decir que iban a un hospital o que tenían un problema de salud mental. Miedo a la incomprensión, al aislamiento o la segregación.

Una compañera habló de lo grato de habérselo contado a una amiga y recibir su reacción de cariño y apoyo.

Comenté que era algo personal, que cada persona tenía derecho a decidir qué hacer, pero que indudablemente esconderlo también tenía su peso.  Quizá la cuestión pasaba por encontrar personas que estuvieran a la altura.

Salió la cuestión de la incomprensión incluso de las familias, que a veces nos llaman vagos o nos dicen que no nos esforzamos lo suficiente, sin entender que este camino es un proceso que lleva tiempo, cada uno el que necesite.

Nombramos esa presión social, del entorno, como esos "tienes que" resuenan en nuestras cabezas haciéndonos tanto daño.

Una profesional me preguntó si no había tenido la sensación de extrañar estar mal y salió una cuestión muy interesante.

Hablamos de que no echamos de menos estar mal, sino que a veces tenemos miedo de que al estar mejor dejemos de tener los apoyos que teníamos y que todavía necesitamos para seguir caminando.

Para terminar leímos "El árbol rojo" de Shaun Tan y hablamos de esperanza.

Y es aquí donde tiene todo el sentido la experiencia en primera persona, hacer brotar la esperanza en medio de la oscuridad.

Decirles yo he pasado por allí y he salido, vosotros también lo lograreis y encontraréis vuestro árbol rojo, el que os está esperando.

Me fui feliz y emocionada, ojalá  haya logrado llevarles un poco de luz para que se sientan un poco menos perdidos.

Creo que tengo el mejor trabajo del mundo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La decadencia de la Psiquiatría biologicista y el auge de las voces en primera persona

¿El lenguaje como forma de poder o como forma de transformación social?

Formaciones en primera persona, una necesidad para cambiar el horizonte en salud mental