Cómo cuidar los cuerpos se ha convertido en una forma de violencia subjetiva en tiempos de COVID


 

Os comparto mi intervención en las Jornadas de la Sección Psicoanálisis de la AEN el pasado 8 de Mayo.

Pido permiso para abordar este margen de la realidad a pesar de que no sea políticamente correcto cuestionar el discurso de los cuidados en tiempos de miedo y muerte.

No pretendo con ello negar este real que nos asola desde hace más de un año, sólo encender una luz para alumbrar esta violencia subjetiva que vivimos y normalizamos, que escondemos debajo de la alfombra sin atrevernos siquiera a nombrar porque ya el discurso social se encarga de sancionar cualquier disidencia bajo la fórmula: “Es peor morirse”.

Sin duda la sombra de la muerte planea sobre nosotros, pero cómo negar a estas alturas que estos cuidados que pretenden preservar la vida física nos están dañando en la otra escena: nuestra vida anímica, y que parece haber quedado hoy más que nunca en la penumbra.

Cómo negar la violencia a la que nuestra subjetividad es expuesta cada día en un mundo que se ha convertido en un lugar profundamente hostil y deshumanizado.

Cómo no contemplar nuestras escenas cotidianas en esta “nueva y siniestra normalidad” sin preguntarnos por las consecuencias y las marcas indelebles que está dejando en nuestro psiquismo.

Contemplemos nuestra vida desde otros ojos, miremos nuestro mundo desde la extrañeza necesaria para que se iluminen los márgenes de esta realidad que parece no salir en ninguna foto.

Ahora caminamos sin poder reconocernos, nuestros rostros están ocultos detrás de las mascarillas, y la distancia social tan nombrada parece ser la nueva forma impuesta de relacionarnos con los otros.

Hemos revertido las fórmulas tradicionales de los cuidados humanos, ahora cuidar se ha convertido en alejarnos los unos de los otros. Hemos dejado de mirarnos a los ojos, de abrazarnos y sostenernos desde ese calor que sólo podemos sentir con la cercanía de otro ser humano.

Los abrazos son ahora censurados, el contacto social que necesitamos como el aire para respirar puesto en cuestión, los espacios comunitarios reducidos a pantallas condenando al aislamiento a las personas más empobrecidas y para las que la brecha digital es un obstáculo insalvable.

Vivimos en un mundo donde la desconfianza en los otros, sospechosos de contagiarnos, se ha instalado y una paranoia generalizada se ha convertido en la norma.

Un lugar donde la ley ha devenido en inconsistente y en un continuo capricho del Otro, pues es voluble y cambiante dependiendo de la institución en la que te sitúes y nos deja indefensos ante la arbitrariedad y el autoritarismo de los que en cada lugar encarnan esa ley.

Me vais a permitir daros unas breves pinceladas en primera persona, de las violencias que yo percibo que afectan a mi colectivo, el de personas con sufrimiento psíquico.

La primera de ellas, me vais a excusar, es el abandono.

Cuando estalló la pandemia nos encontramos con la ausencia de todos nuestros espacios, esos recursos comunitarios y terapéuticos con los que muchos de nosotros nos sosteníamos.

Pero lo que fue comprensible en un primer momento por la emergencia sanitaria descontrolada, se perpetuó en el tiempo y se convirtió en intolerable según pasaban los meses e íbamos viendo como los bares estaban permitidos, pero no así los grupos terapéuticos de nuestros centros de salud mental. A día de hoy, seguimos sin recuperar algunos de estos espacios tan necesarios de forma presencial, viendo como el sistema de Salud Mental se agarra al delirio de aspirar a sostener el sufrimiento humano a través de las pantallas.

Es preocupante además el mensaje que están recibiendo los pacientes con esta renuncia de la presencia por parte de las instituciones, pues muchos de mis compañeros han sido empujados a un mayor aislamiento y soledad de la que ya de por sí vivían.

Vamos a nuestros terapeutas y hablamos con la boca tapada sin preguntarnos ¿Cuáles son los posibles efectos subjetivos de hablar amordazados?

Entramos en nuestros Centros de Salud Mental y nos encontramos con carteles de no pasar, sillas colocadas como fronteras, brusquedad en el recibimiento, no nos dejan acceder al centro si no tenemos cita, y no se atienden las urgencias subjetivas, cosa que reviste una gran gravedad.

Los ingresos en Psiquiatría se han vuelto mucho más violentos debido a la prohibición de recibir visitas, con la vulnerabilidad y el aislamiento que implica esto.

Podemos obviar todas estas violencias y los efectos que pueden tener en nuestra subjetividad, pero lo queramos o no siguen actuando sobre nuestro psiquismo, aunque no las nombremos, y las tasas de suicidio y el malestar social mientras siguen aumentando.

Es importante cuidar de los cuerpos, proteger la existencia del virus, pero no nos olvidemos que a veces sin salud mental no hay vida y las personas que se suicidan y que padecen sufrimiento psíquico no son víctimas menores por mucho que la sociedad las esconda.

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