Estigma en salud mental, una lacra a erradicar


 

El estigma es uno de los temas recurrentes, que suele aparecer una y otra vez en mis grupos de lectura, las personas con problemas de salud mental lo sienten como un gran dolor, como una forma de discriminación y segregación que afecta a su dignidad y reduce sus derechos civiles.

En nuestras sesiones hay algunos profesionales que nos acompañan, siempre en calidad de participantes, es una forma de poder contemplar el grupo desde otro lugar, una forma de dejar de lado su traje profesional para poder sentirse uno más y compartir desde ahí sus experiencias y afectos a través de la lectura.

Suele funcionar muy bien y normalmente se sienten agradecidos de este nuevo rol, un momento especial en que pueden ser ellos mismos y que les permite estar sin jerarquías. 

Hasta el momento había tenido gratas sensaciones con estas experiencias, pero ayer este planteamiento nos devolvió algo que quiero rescatar. 

Reflexionando sobre el estigma, un terapeuta  nos dijo que sentía que era un privilegiado porque no tener un diagnóstico hacía que él tuviese un poder y una prerrogativa sobre las personas psiquiatrizadas.

Nos habló con honestidad de la inquietud que le provocaba este poder que la sociedad injustamente le estaba otorgando, que era consciente de que en caso de tener algún conflicto con una persona diagnosticada, su palabra tendría más valor a nivel judicial,  policial o de cualquier tipo, y que esa circunstancia le producía mucha perturbación.

También reflexionó sobre lo peligroso que le parecía conceder este privilegio, sobre la posible afectación de esa jerarquía a su labor profesional, y sobre el consiguiente daño que se estaba haciendo a nuestro colectivo.

Me parece muy importante poner el punto de atención aquí, porque esta reflexión viene de una persona honesta, que es consciente de ese poder, pero que trata de sustraerse de él.

En cambio, hay otros muchos trabajadores del campo de la salud mental que ejercen este dominio, que se aprovechan de este desequilibrio y que lo hacen a veces desde el chantaje y la coacción, y es por eso que se hace muy necesario cambiar el rumbo.

A partir de esta conversación surgió en nuestro encuentro un gran debate y desahogo de las personas con sufrimiento psíquico que estaban presentes, hablando de todas las discriminaciones que habían sufrido.

Se comentaron casos de testimonios de mujeres que padeciendo violencia de género no eran creídas por la policía puesto que el tener un diagnóstico hace que tu palabra sea puesta en cuestión, no olvidemos que la estadística nos dice que hay un 75% de mujeres con problemas de salud mental que sufren violencia de género o en el ámbito familiar.

Se comentó el riesgo de que ante un conflicto, si la otra persona llama a la policía, haya ocurrido lo que haya ocurrido, la policía en muchas ocasiones, acaba llevándose a la persona diagnósticada al hospital, terminando el asunto en un ingreso involuntario aunque no haya motivos para tal actuación.

Recordamos como en terapia de grupo los profesionales nos insisten en lo importante de mantener la calma en nuestros conflictos con los demás, puesto que nuestra etiqueta psiquiátrica juega siempre en nuestra contra.

Hubo personas que recordaron como esto les había ocurrido, y cómo se sintieron, lo que les hace desconfiar con toda la razón de esta justicia que no parece tal, porque no existe igualdad frente a ella.

También aparecieron quejas por la continua sospecha de los psiquiatras ante nuestros enfados, como si nuestra etiqueta nos negara el derecho a enfadarnos, puesto que todo se interpreta del lado de la descompensación, negándonos el derecho básico que tienen el resto de los ciudadanos a la protesta y a la queja.

Uno de los participantes dijo: "No nos escuchan, nos dan más pastillas, pero ignoran nuestro problema, así una y otra vez. Si te enfadas, sólo te imponen más pastillas. Yo no quiero más fármacos, quiero que me escuchen. Al final aprendes a no decir nada, para que te dejen tranquilo y no te mediquen más. Nos discriminan y luego si explotamos somos los malos".

Estas palabras duelen, pero no hacen más que reflejar una realidad muy cruda que vive día a día nuestro colectivo mientras la sociedad mira hacia otro lado.

Credibilidad puesta en cuestión, socavamiento de nuestros derechos civiles, una deficitaria atención médica de la salud física, pues la condición psíquica nos pone en riesgo, ya que muchos sanitarios al ver la etiqueta no exploran ningúna otra causa, sin molestarse en darnos la atención médica que darían a cualquier otro paciente.

No olvidemos tampoco la segregación en el ámbito laboral, nuestra tasa de desempleo es cercana al 90%, la más alta de todas las discapacidades, que nos lleva a una precariedad económica que en la mayoría de casos implica una gran falta de autonomía y a veces nos condena a vivir en entornos familiares hostiles y degradados.

El estigma como habéis podido comprobar es una lacra que debemos eliminar y el incidente del otro día en el Congreso no es sino otra prueba más de esto que denunciamos.

Hablar de la necesidad de cuidar la salud mental sigue siendo problemático, tanto es así que un diputado ridiculizó a otro de forma sangrante por poner encima de la mesa esta cuestión, que mata mucho más que los accidentes de tráfico.

Estigma es también no poder hablar, y sin duda  lleva a que estemos en la situación precaria en la que vivimos, sin apenas inversión, con un modelo de atención deficitario basado en la contención y la vigilancia y no en el cuidado.

Tenemos que entre todos romper esta barrera, tenemos que dejar atrás los privilegios, dar a todos los ciudadanos un estatuto de sujetos de pleno derecho porque es una cuetión de justicia, de derechos humanos y de dignidad que no puede esperar más a ser reparada.



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