Psicosis: trauma, adversidad temprana y abuso infantil.


 

 

 Hoy voy a comenzar este texto hablando de dos personas que son referentes y así poner a dialogar sus conceptualizaciones de la psicosis.

Por un lado Jacques Lacan, que nos regaló esta definición que por lo menos a mí me toca y me significa: "La psicosis es un desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida".

Del otro John Read, que construye toda un armazón sobre las causas de la psicosis, alejada del discurso seudocientífico y proponiendo como causalidad el abuso infantil y la adversidad temprana. 

Dos autores que convergen en lo fundamental, que la causa de ese sufrimiento humano llamado psicosis está en cómo han sido las vidas de las personas y en las respuestas que han podido dar a los encontronazos con la adversidad (según Read) o a sus encuentros con lo real (según Lacan). Lo real entendido no como la traducción literal de la realidad, sino como aquello imposible de soportar, lo que no se puede representar.

Estas dos formas de entender el sufrimiento son dos visiones muy alejadas de ese baile de neurotransmisores, y de imágenes de cerebros, que a fuerza de invadirnos en la mayoría de espacios, parecen haber construido la representación social de lo que implica la salud mental.

No me meteré en ese concepto que aboca en cierta manera a un imposible, sobre todo si nos fijamos en la definición de la OMS, pero que emplearé para hablar una lengua común instalada en lo social, aunque a mí me gustan más los conceptos de malestar o bienestar subjetivo.

John Read maneja algunas estadísticas y estudios que hablan de que alrededor del 70% de las personas que acuden a una consulta de Psiquiatría han sufrido la experiencia del abuso infantil  y contrapone esta cifra con las personas a las que les han preguntado por estas vivencias traumáticas: entre un 13% y un 20%.

Con estas estadísticas vemos con mucha claridad que la cuestión que ha atravesado este discurso psiquiátrico es no querer saber, no ver en sus pacientes interlocutores válidos que tienen un saber sobre sus vidas, la adjudicación de una falta de credibilidad sobre sus testimonios y no poner la carne en el asador sobre una cuestión que nos enseña los agujeros de un sistema que hace aguas.

Y sí, la sociedad tiene que conocer y reconocer en nuestros testimonios, los que podemos darlos, porque cuántas compañeras tienen que esconder sus identidades para sobrevivir, las injusticias que nos han marcado y a veces paralizado "para vivir, para soñar" como nos dice nuestra querida Princesa Inca.

Es muy fácil y gratuito nombrar como enfermos mentales, a personas que tienen vidas dañadas, que necesitan reconstruirse y habitarse, enfrentándose a realidades que incluso son difíciles de contarse para uno mismo.

La sociedad se queda tranquila segregando a nuestro colectivo, medicando a las personas con dosis a veces monstruosas de sedantes que les impiden pensar, sentir, e incluso tener sueños. No creo que se puedan tener vidas vivibles sin sueños.

La sociedad se queda tranquila pensando que algo anda mal en nuestros cerebros y que los demás tienen cerebros sanos, a pesar de que en la mayoría de ocasiones los abusos que nos han hecho rompernos han venido de esas mentes aparentemente equilibradas y normativas. Toda una paradoja.

Y yo puedo hablar de mí y de mi historia, pero acompaño a muchas personas con historias parecidas.

Mi infancia fue un páramo donde cayó un cuerpo al que nadie dió un estatuto de sujeto, que tuvo que horadar en esa tierra yerma su propio lugar en la existencia, fui maltratada desde antes de tener conciencia de existir y que se creyó su propia maldad para poder dar un sentido a aquella violencia que no tenía representación ni sentido. Mi psicoanalista hace un tiempo me dijo: tú no fuiste mala, fueron muy malos contigo Silvia.

Y no suficiente con esto me violaron a los diez años, sé que no suena bonito y que a alguien puedo ofender con esta realidad, lo siento, es así de cruda, tan fea como suena.

Así que mis comienzos en la vida fueron el rechazo y la violencia, de partida, y mis comienzos en la sexualidad se significaron como que ésta implicaba que alguien me hiciera daño, tampoco es asunto baladí éste. El texto que escribí en mi inconsciente para tratar de comprender lo que no se podía comprender fue la culpa, así que sí, me maltrataron y me violaron y durante mucho tiempo de mi vida me he sentido un ser horrible por ello.

He leído la culpa en muchos de los acontecimientos de mi vida, una culpa sin sentido, donde el único sentido era encontrar uno para la violencia que había vivido.

Esto lo cuento por una razón poderosa, que os preguntéis que les ha pasado en la vida a las personas que un día llegan a vuestras consultas rotas o defendiéndose como pueden de una realidad que es muchas veces intolerable.

También para advertiros de algo, que cuando personas que han vivido estas experiencias sufren de vuestro juicio, no son creídas, o la violencia institucional convierte a estas víctimas en verdugos, el juicio se redobla y las vuelve a dañar, a veces de forma aún más irreversible. 

Cuando las personas dañadas se ven sometidas a unas leyes que miran hacia otro lado, cuando la justicia se vuelve inconsistente y caprichosa, cuando las instituciones se vuelven sordas ante el dolor o lo infligen en una repetición sin fin, producen devastación, quizás están matando el pequeño brote de vida que la persona había sembrado con tanto esfuerzo.

Estos actos generan el daño de despertar otra vez los fantasmas de la culpa que a veces pueden devorarte, la falta de garantías que nos hirió se vuelve a repetir en un nudo incesante que nos ahoga.

Hoy recuerdo esa frase de Rafael Narbona: "No es ético ignorar el sufrimiento de los inocentes". Es bastante terrible que en salud mental esto se ignore demasiadas veces.

Qué queremos ser, personas que estemos a la altura de acompañar a sujetos que han sufrido mucho o ser burocrátas del sufrimiento, que miran hacia otro lado y ni siquiera son conscientes de sus privilegios.

La vida humana es una contingencia, yo estoy escribiendo la historia desde este lado, porque la oscuridad truncó mis comienzos, no la elegí, simplemente me confrontó y me tocó el difícil viaje de sobrevivir, haciendo un esfuerzo titánico.

Podíais haber sido vosotros, los diferentes lugares del tablero son una pura casualidad, no fuisteis mejores, ni os ganasteis vuestro lugar, simplemente tuvistéis más suerte, dentro de que la existencia humana no es un camino de rosas para nadie. Nosotros no nacimos defectuosos, sufrimos de contextos no elegidos que nos han provocado muchas heridas.

Ahora, yo me siento con una responsabilidad de transmitiros este conocimiento, duro, pero necesario para aspirar a un mundo un poco mejor que es trabajo de todos cambiarlo.


 


 


Comentarios

Entradas populares de este blog

La voz en primera persona en la presentación del Comisionado de Salud Mental

Jornada en el Ateneo: Salud Mental, contextos, determinantes sociales y nuevos dilemas.

Las narrativas en primera persona en Salud Mental: voces legítimas y necesarias